lunes, 19 de junio de 2017

VIDEOCLIP ERÓTICO Y PODER DE LA PRENSA


Primer relato del libro "Refugio en la Cumbre", basado en hechos reales ocurrido en Santo Domingo                                                                                                                            Por Sebastián del Pilar Sánchez                                                                                                                        
La puerta estaba entreabierta y los periodistas divisaron a una hermosa joven que se movía de espaldas de un lugar a otro, mostrando sus curvas y sus enormes caderas. Entraron en masa a su habitación provocando que se le congelara la sonrisa, y en ese preciso instante, dos escoltas se interpusieron para evitar cualquier contacto físico con esta chica hija del jefe político regional que cobró interés de la prensa luego de la repercusión en las redes sociales de unas imágenes suyas encabezando un audaz proyecto artístico-musical con un alto componente sexual; donde ella se besaba y simulaba hacer el amor, seguida de la técnica del toqueteo y compases musicales sexy rock.
-¿Son reales el videoclip y las fotos que publican Youtube, Facebook y otros medios sociales?
-¿Lo aprueba su padre?
-¿Qué tan sexy se define?                                                              
-¡Háblenos de ese videoclip!
Las preguntas quedaron sin respuesta. La joven salió presurosa de la habitación que desde hacía varios meses ocupaba a cuenta propia en el majestuoso hotel Napolitano de la anchurosa avenida George Washington del malecón de Santo Domingo, atinando sólo a exclamar:
-¡Me han tomado desprevenida! ¡No sé qué decirles!
Tomó el ascensor junto a su seguridad, pretendiendo escabullirse de la batería de periodistas, que no alcanzó a llegar a tiempo al montacargas; sin embargo, no le sería tan fácil lograrlo, pues ellos -casi corriendo- de modo inteligente, tomaron las escaleras y bajaron en tropel, situándose en un dos por tres en la puerta de entrada al elevador, con sus celulares dispuestos en la aplicación de whatsapp para el envío de mensajes a sus respectivos medios informativos; y la joven, que estaba muy nerviosa, ante la imposibilidad de romper el cerco, dijo: 
-No quiero referirme a eso, por lo menos ahora.
-¡Oye, tú luces muy asustada! -le gritaron.
- ¿Estás arrepentida? –preguntó otra voz.
-Hablaré en su momento –repitió.
Los periodistas la miraban con desagrado, pero no había nada que hacer, sino esperar. Ella se marchó de prisa, cubriéndose la cara, sollozando, un tanto abochornada, escoltada por un guardaespaldas que mascullaba una palabra obscena,  ultrajante, contra un periodista que forcejeaba por llegar a su lado, antes de que montara en su yipeta y desapareciera.
Durante este percance momentáneo, la muchacha cayó en un extraño estado de aturdimiento. Era muy incómodo tener que abandonar el lugar evadiendo esa colmena de reporteros que tenía ante sí, y hasta ese instante no había reparado en el motivo de que estuviera causando tanto trastorno y conmoción entre los miembros de la prensa. La chica pidió al chofer de la yipeta en que viajaba que saliera del malecón y tomara la avenida Bolívar, rumbo a la avenida Sarasota del Mirador Sur, donde pasaría a buscar a su amiga Amparo Díaz, que la esperaba en el café de la plaza Bella Vista Mall, sin que tuviese que  bajar de su vehículo; evitando de este modo toparse con otros miembros de la prensa y tener que referirse a un asunto tan particular y  de su estricta incumbencia como el videoclip señalado.
-¡Hola Amparo! Espérame a la entrada de la plaza.
-¿Qué ocurre? –preguntó su amiga.
-No puedo desmontarme. Ya te explico en vivo –dijo Yudelka.
-Está bien, no hay problema; pero twittéame, para que me avance algo –replicó Amparo.
Media hora más tarde, estaban juntas. Amparo se montó en el asiento trasero de la yipeta, al lado del guardaespaldas, iniciándose enseguida un diálogo ilustrativo sobre lo ocurrido:
-Una pila de periodistas cayó sobre mí dos horas antes en el hotel, preguntándome sobre el tema del videoclip realizado.
-Ya me imagino el susto que te han dado. ¿Qué te dijeron?      -preguntó Amparo.
-Bueno, la verdad es que nada de interés público –expresó. Yudelka.
-De seguro que te están procurando por la parte caliente del videoclip –remachó Amparo.
-De eso no quiero hablar. Es un asunto de mi exclusivo dominio. No me gusta la idea de sentirme perseguida, ni mucho menos la de parecerme a la chica de la novela "El honor perdido de Katharina Blum"-manifestó Yudelka. 
-¡Explícate! –exclamó Amparo.
-Es la protagonista de la novela que escribió en el año 1974 el Premio Nobel de Literatura, el alemán Heinrich Böll. Ella era una chica honrada cuyo único delito fue enamorarse de un individuo sospechoso de la comisión de varios delitos como asesinato y secuestro, y que era asediada por una prensa empeñada en exagerar esa relación, incluso acusándola de encubrimiento; viéndose forzada a matar a un periodista que no cejaba en el intento de degradar su honra y causar su inhabilitación moral –ilustró. 
-Te entiendo –adujo Amparo.
-No me han faltado ganas, como la Blum, de querer matar un jodido periodista, por su inquisición impertinente e infamante en relación a un videoclip estrictamente artístico, que quieren convertir en algo obsceno, con el propósito de calumniarme –culminó diciendo. 
Yudelka Gómez Batista era una hermosa morena, delgada, de 21 años, ojos color violeta, pechos vibrantes, poseedora de una asombrosa composición esquelética que originaba embrujo y fascinación visual. Su amiga Amparo Díaz reconocía en ella mucho talento e inteligencia, pese a su corta edad; y creía que debía de tener suficiente tacto para desenvolverse con la sensatez y ecuanimidad que le reclamaban los momentos difíciles; pero le desagradaba que se expusiera a lo que creía una influencia nociva de su novio Mario Mubarak, un joven de color ligeramente amarronado, de estatura prominente y origen libanés, dedicado a la empresa de la moda y la decoración, a quien le suponía una conexión con el crimen organizado, por su presunta amistad con el ciudadano nicaragüense Orin Clinton Gómez Halford (alias Holi), extraditado hacia los Estados Unidos,  luego de sobrevivir en una refriega de mafiosos, conocida como "la matanza de Paya", que fue la ejecución de seis colombianos en una playa del pueblo de Baní hecha por los jefes supremos del narcotráfico continental por una disputa de mil 300 kilos de cocaína.
Aunque no se había mostrado evidencia clara de que lavara dinero, sus detractores hacían referencia a extraños negocios de Mubarak en Haití, aludiendo a una posible asociación suya al entramado del lucro ilícito, por su amistad con el mentado Holi, y por sus transacciones financieras con otros individuos con inversiones en tiendas de ventas de celulares, en night club y discotecas. Sin embargo, sus amigos lo defendían, diciendo que el muchacho no era más que un fanfarrón de poca monta; que simulaba ostentar dinero por un afán en impresionar a algunas chicas incautas, lo cual se podía comprobar con una investigación somera de sus bienes, para que no hubiera duda de su condición de pequeño burgués engatusador y usuario de bajo consumo en placeres mundanos.
Aun así, por algún boquete del murmullo público, de a poco se deslizaría el susurro de un supuesto nexo suyo con el capo español Arturo del Tiempo Márques, a quien la fiscalía le incautó una lujosa villa y un yate en Casa de Campo, luego de que fuera apresado en España y se le confiscara un alijo de mil 200 kilos de cocaína procedente de territorio dominicano. Ese poderoso narco europeo tenía en su nómina a altos funcionarios civiles y militares, por lo que sólo pudo ser confrontado por la intervención decisiva del gobierno de los Estados Unidos, que forzó a las autoridades judiciales locales a decomisarle también un lujoso edificio de 36 apartamentos, conocido como la Torre Atiemar, ubicado en el sector Esperilla de Santo Domingo, valorado por el Banco de Reservas en 34 millones de dólares.
Otro cuento que se inventó la gente en desmedro de la moral de Mubarak, sostenía que habría sido requerido por un juez panameño como testigo en un juicio que se le seguía a un banquero  criollo por lavado de activos en esa nación, y por intentar defraudar a una institución bancaria en Gran Caimán, por una suma de aproximadamente setenta millones de dólares. Sin embargo, él seguiría viajando con frecuencia a esa zona comercial y nunca se publicó alguna noticia, en un medio impreso o digital, dando cuenta de su participación en un juicio  o reclamo judicial en Panamá o en cualquier otro punto del istmo caribeño. Por ello,  Mubarak -hasta prueba en contrario- no tenía mancha procesal: no sería un hombre probo, ni adinerado, pero había que sindicarlo de pequeño burgués  que vivía sin agobio, con una modesta fortuna que residía en la ostentación de algunas joyas adquiridas como regalos de su abuelo, así como de una yipeta con cinco años de uso, bien conservada y lustrada a diario, gracias al servicio generoso de un canillita vecino; además de una sencilla vivienda, que dejó su abuelo de herencia para él y sus hermanos, construida en un amplio solar ubicado en la Avenida Venezuela de la provincia de Santo Domingo, donde añoraban construir una torre de edificios, si algunos de la familia pudiesen conseguir el imprescindible financiamiento bancario.
El interés romántico de Mubarak  por Yudelka surgió la noche en que la conoció mientras estaba sentada en una mesa solitaria en la acogedora terraza al aire libre de un espléndido restaurante musical situado en el octavo piso de un hotel de la avenida Sarasota de Santo Domingo. Él mantendría vivo en su pensamiento aquel inolvidable cuadro que describiría muchas veces entre amigos como un singular suceso, cuando la vio luciendo bonitísima, con sus mejillas rosadas encendidas y extrañamente inquieta; aparentando estar agitada y nerviosa, hurgando en una cartera colocada sobre una silla de su mesa, sin que él pudiera adivinar qué cosa se le había extraviado. Supuso que debía de ser muy importante, pero su idea varió cuando la vio a seguidas tomar un cigarrillo y bailotearlo en sus dedos con suma impaciencia, de modo pendular, colocándolo luego en su boca, pero sin una clara disposición a  encenderlo. Ahí mismo entendió que el objeto aparentemente perdido no podía ser otro que un encendedor extraviado; y con esa certidumbre...extrajo una cajetilla de fósforos del interior de su chaqueta, se acercó a la mesa donde estaba la chica y le brindó solícito y  gentil, un  cerillo encendido que  aproximó al pitillo que  colgaba de las comisuras de sus labios. Ella esbozó una tierna y encogida sonrisa, pero  advirtiéndose en sus ojos de violeta un aire suplicante que se venía transformando en una mirada de agradecimiento. Y  así a seguidas  se expresó:
-¡Gracias, caballero!
"¡Disculpe usted jovencita! Soy yo quien tiene que agradecerle la oportunidad que me brinda de servirla", dijo él.
Ella con el corazón aún palpitante, exhaló una larga bocanada, mientras volvía a mirarlo plenamente satisfecha y encantada, reiterándole las gracias al amable desconocido. Esa imagen de Yudelka, jamás la olvidaría. Se sintió al momento un hombre afortunado, y hasta entonces...se podía decir que su único pensamiento giraba en torno a ella, de no ser porque un chasquido fugaz, de vidrios rotos sobre sus pies, lo metió en la realidad de la sorpresa y el  espanto. Echó un vistazo hacia el lugar de donde provenía el ruido, que vino a ser el estruendo de una botella destrozada, extrañándole que aquel desorden imprevisto fuese  originado en una mesa donde resaltaba la presencia de mujeres hermosas y bien vestidas, que les hacían gracias a un individuo que reía a mandíbulas batientes, creyéndose el rey de aquel ambiente festivo, donde abundaba la champaña y descollaba un frasco de whisky etiqueta azul.
Por la mente de Mubarak cruzó la idea de llamarles la atención a los desconocidos vecinos, pero al notar que era disparada sobre ellos una lluvia de flashes, desde las cámaras fotográficas de varios francotiradores de la prensa que exhibían gafetes de reporteros gráficos en sus chaquetas, celulares activos a manos y estuches de sus equipos colgando en sus hombros, desistió del intento de reclamo, entendiendo que no valía la pena pelearse con gente de la farándula; pero aun así, con todo y esa firme decisión, se le dificultó creer que aquel hombrecito osado y fortachón, que dominaba el escenario con su reír estruendoso y su apariencia faraónica, fuese un artista del celuloide. Más bien, a primera vista, le parecía un luchador fuera del ring, y esa apreciación cobró mayor intensidad al reparar en las bíceps alteradas y en los tatuajes inmensos dibujados en sus antebrazos que delataban la personalidad conflictiva de aquel extraño personaje que   estaba muy lejos de situarse a la altura de un pequeño ídolo de la canción tan prudente y sobrio –para citar un ejemplo- como el nuevo rey del merengue, el torito Héctor Acosta; aunque sí pudiera tener un excelente contendor en el rapero urbano Vakeró, por los exagerados dibujos en sus brazos, entre ellos el grabado con la imagen tierna de su ex esposa, la también vocalista popular, Martha Heredia, condenada a siete años de prisión por tráfico de cocaína. En ese pensamiento estaba Mubarak cuando fue interrumpido por la voz dulce y melódica de su nueva y bella compañera, quien lo retornó a la realidad, diciéndole:
 -¡No se alarme! ¡No se altere! Venga, siéntese conmigo un momento. Está muy pálido. Quiero decirle que esas chicas del desorden de la botella rota son megadivas y presentadoras de televisión, que se están divirtiendo en grande en compañía de ese paganini desconocido.
-Le agradezco la información. De veras que sí. Pero no creas que me he sentido asustado por la botella rota, aunque pudo haberme golpeado o herido. Tampoco he sido  deslumbrado por las sonrisas endiabladas de las chicas. Lo que estoy es un poco impresionado, un tanto molesto por la bulla que se ha hecho en esa mesa; aunque ningún sentimiento se compara con la curiosidad que me despiertan los tatuajes de ese  hombrecito derrochador, al que usted ha llamado paganini –dijo Mubarak.
-Nunca lo había visto hasta ahora –expresó ella-. De seguro que lo hubiese recordado fácilmente por esos dibujos que muestra. A las chicas sí las había visto antes; pertenecen a un grupo de entusiastas bebedoras, que son conocidas como las champañeras. 
Continuaron dialogado con animación y cortesía, sin volver más sus miradas hacia la mesa vecina, y con el  paso de las horas se fue afianzando entre ellos una simpatía creciente,  olvidados ambos plenamente del incidente de la champaña rota, enfatizando su plática sobre música y cine, sobre el deporte y la copa América del fútbol, sobre el beisbol de las grandes ligas y los tres mil hits de Alex Rodríguez; y sobre los avances de la ciencia de la salud y su repercusión en el beisbol,  tras el resultado impresionante del trasplante de células madres en el brazo biónico del pitcher altamireño Bartolo Colón, un milagro de la avanzada tecnología médica que dio fortaleza y energía a sus articulaciones, permitiéndole un regreso triunfante en el juego de pelota.
Al final de la noche, cuando ya había cesado la diversión y los clientes marchaban, quedando el bar  prácticamente solitario, bajo el influjo de una música romántica de rap instrumental, siguieron un buen rato encandilado, colmándose de ternura, susurrándose  en los oídos y con sus labios enredados en unos besos suaves y prolongados. Durante esa noche y todavía unos días después, se olvidaron de la cara traviesa y de los tatuajes del mentado paganini, hasta que una mañana de un sábado de julio, el rostro de aquel hombre estaba en la primera página de todos los diarios grandes y pequeños, encabezando los titulares de los noticiarios de televisión, teniendo la supremacía en las noticias y el primer lugar en las anécdotas que se filtraban por las redes sociales; tanto Yudelka como Mubarak lo recordarían no sólo por su cara de diablillo perturbador, sino también por sus bíceps imponentes, y sobre todo, por sus tatuajes inequívocos. En las noticias era señalado no como un hombre de la farándula, sino como el mayor traficante de cocaína, el Pablo Escobar del Caribe, que había sido detenido junto a su amante en las afueras de un centro comercial del sector de Santurce, en San Juan, Puerto Rico. El capo boricua fue identificado por los nombres de Junior Cápsula y  David Figueroa, quien se habría fugado de una cárcel de máxima seguridad de la isla del encanto, donde guardó prisión por un tiempo, radicándose en su huida en suelo dominicano, desde donde lideró hasta su apresamiento el crimen organizado.
Mubarak  y Yudelka dieron seguimiento ininterrumpido a las variadas noticias sobre la aparatosa captura del capo hecha por la DEA con el apoyo del FBI y la policía, estuvieron al tanto de la complicidad con el capo en materia de lavado de funcionarios y altas figuras de los sectores castrenses, inmobiliarios y artísticos; especialmente a partir de la divulgación de una serie de nombres sonoros de modelos y reinas de belleza,  con quienes labró una amistad que se sustentó en costosos y comprometedores regalos que serían la prueba irrefutable del siniestro lavado de activos que dirigió en su momento y por el cual cayeron presos y fueron enjuiciados también algunos de sus favorecidos. "¡A lo que nada nos cuesta, hagámosle fiesta!", sería al parecer el slogan que usó este derrochador de dinero y dador de vehículos, apartamentos y relojes de lujo,  que en su aparente generosidad incluyó el brindis de recursos materiales para pagar algunas operaciones quirúrgicas en los rostros, los pechos y las caderas de varias modelos y divas que recibieron sus favores, entre las que hubo  artistas criollas. Yudelka y Mubarak, en sus primeros encuentros, evocaron las imágenes de las megadivas del restaurant, mientras sazonaban el inicio de una relación ardiente, intensa, maravillosa, deliciosa, sostenida, que  se hizo frecuente en  las idas furtivas a los moteles ubicados en los extremos de la ciudad, en las comunidades de San Isidro y Manoguayabo, donde acudían sin mayores compromisos, porque ella rehuía una relación formal,  creyendo que Mubarak sólo era bueno para una aventura pasajera, para el goce carnal momentáneo, y bajo ningún motivo para el compromiso matrimonial, entendiendo que una relación abierta con él posiblemente disgustaría y entristecería a su familia, ya que hubiese bastado tratarlo un poquito para advertir su irrefrenable adición al crack, que se manifestaba en sus dilatadas pupilas, en su permanente boca seca, en las huellas de quemaduras propias del fumador plasmadas en sus dedos, y en su tendencia a la depresión y al trastorno explosivo de su personalidad. Y por ello se empeñaba en ocultar aquel noviazgo asegurando que no era más que un amigo casual, y sobre esa base fue que se citaban mayormente para  visitar moteles, siendo ella muy exigente escogiendo aquellos que tuvieran buenas instalaciones de jacuzzis, muebles, camas y servicios confiables, con higiene comprobable, para no exponerse a las enfermedades que pudieran contraerse en esos lugares. Fue así que muchas veces hicieron el amor dentro de su propio vehículo estacionado en el garaje de cualquier motel, con el cuidado de dejar  abierta alguna ventanilla para no absorber el letal monóxido de carbono en perjuicio de su salud. Era excitante hacer el amor de esa manera, pues en ese ambiente se encontraba una poderosa energía que aumentaba su alegría y fervor, siendo ellos los protagonistas de su propia película sexual.   

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