viernes, 4 de agosto de 2017

ATENTADO A SENADOR CASIMIRO PROVOCA RETIRO DE OPOSICIÓN EN CONGRESO


Los legisladores de la oposición abandonaron en pleno el Congreso Nacional, en protesta por el atentado criminal que casi le cuesta la vida al senador por la provincia de Pedernales, profesor Pablo Rafael Casimiro Castro, perpetrado la noche del jueves 4 de mayo de 1967 por dos desconocidos a bordo de una motocicleta tipo Vespa italiana, que lanzaron una bomba incendiaria hacia el interior del jeep que conducía, en el momento en que se disponía a estacionarlo en un tramo de la calle Padre Billini del sector Ciudad Nueva de la Capital.
El retiro de los congresistas del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), se produjo durante las sesiones realizadas por la Cámara de Diputados y el Senado de la República en la mañana y la tarde del martes 9 de mayo, luego de que sus voceros, doctor Jottín Cury y licenciado Secundino Gil Morales, expresaran su condena al ataque terrorista, atribuyendo a sectores oficialistas la paternidad de un plan siniestro con el fin de eliminar a opositores al gobierno.
Cury, representante del Distrito Nacional y líder de la minoría parlamentaria, fue el primero en hablar en el hemiciclo de los diputados, anunciando que los legisladores de su bancada se apartarían de sus curules hasta tanto el gobierno del presidente Joaquín Balaguer pusiese coto al crimen desenfrenado. Su discurso fue seguido por decenas de inquietos espectadores, en su mayoría simpatizantes de la oposición, sentados en las graderías destinadas al público, quienes lo ovacionaron cálidamente y entonaron el himno nacional en el instante en que los legisladores se pusieron de pies para salir del hemiciclo. Eso fue una manifestación entusiasta de apoyo a su acción sin precedentes.
A su salida, el congresista opositor consideró inadmisible y caprichosa una advertencia intimidatoria hecha por el presidente Balaguer sobre el tema de una eventual convocatoria de los suplentes de los congresistas para suplir sus ausencias temporales, según expresó el jefe del Estado, interpretando los artículos 19 y 20 de la Constitución de la República.
Cury señaló que esa amenaza no podía materializarse, porque ningún texto sustantivo o adjetivo impedía que uno o más legisladores se ausentaran por el tiempo que creyeren pertinente, sobre todo si esa ausencia estaba determinada por altos y nobles propósitos; e ilustró que la Carta Magna era muda en ese sentido y por tanto, ni el Presidente de la República, ni nadie, podía suplir arbitrariamente el silencio de la ley, especialmente dictada por una autoridad superior como la Asamblea Nacional.
El legislador puso énfasis en refutar la forma sugerida por Balaguer para solucionar en última instancia la ausencia congresional dispuesta por la oposición, y argumentó que los artículos citados se referían a los casos en que ocurriesen vacantes, pero no preveían las ausencias temporales de los congresistas que fueron electos por el pueblo; y señaló que como parte mayoritaria de ese pueblo, los electores afiliados al PRD estaban exigiendo a sus legisladores el retiro temporal de ambas cámaras, para dar tiempo a que Balaguer y los senadores y diputados oficialistas escuchasen la voz de la sensatez y la cordura y se decidiesen a gobernar con justicia, ajenos a pasiones infecundas.
Más tarde se produjo el retiro de los senadores, en una ceremonia parecida donde su vocero, el senador por La Romana don Cundo Gil, reiteró con energía la denuncia sobre un plan existente dirigido a perseguir y dar muerte a los críticos constantes del régimen de Balaguer. Previamente fue difundido un documento aprobado por el comité ejecutivo nacional del PRD, donde se indicaba que el retiro de los legisladores de esa entidad sería provisional, hasta tanto se restablecieran las garantías constitucionales; advirtiendo que a diez meses de haber asumido el poder el doctor Joaquín Balaguer, pocas personas dudaban de que su régimen fuese ya una sangrienta burla constitucional, debido a que en ese tiempo se habían producido centenares de crímenes y desapariciones de sus adversarios.
El escrito también apuntaba que el grupo que acompañaba a Balaguer en el mando público estaba conformado por una mayoría de mentalidad regresiva, para quien "el continuismo era norma petrificada por viejos hábitos políticos y la oposición democrática era un estorbo insufrible, cuya liquidación se avenía con sus arbitrarios propósitos de mando sin freno, a la usanza de prácticas no superadas todavía"; y ponía de ejemplo no sólo el atentado sufrido por el senador Casimiro Castro, sino otros hechos recientes no menos dramáticos, como la golpiza de que había sido objeto el diputado perredeísta de esa misma demarcación, Américo Pérez Mercedes, por parte del raso Carlos Alcántara, del Ejército Nacional, quien intentó asesinarlo, luego de una discusión que sostuvieron en el municipio de Oviedo; salvando la vida milagrosamente, gracias a la oportuna intervención del sargento Jesús María Vásquez, quien sin embargo, fue luego deconsiderado al hacérsele un traslado inexplicable.
En similar situación estuvo la diputada Miriam Abréu de Minguijón, representante del PRD por la provincia de La Vega, quien el 17 de marzo de 1967 fue maltratada y vejada con palabras groseras por un raso policial que la acusó de comunista y amenazó con apresarla, en retaliación por una crítica que ella emitiera contra la figura del exjefe de la Policía, general Belisario Peguero Guerrero, en el momento en que iban dentro de un carro público que se dirigía hacia la ciudad olímpica.
Según el referido escrito, la impunidad del crimen cotidiano y la soberbia oficial ante los angustiosos reclamos de justicia, probaban que el pánico era método de sujeción empleado contra quienes no se hallaban inscritos en el partido oficialista; y que contrariamente a lo expresado por el presidente Balaguer, las fuerzas del terror y la muerte se agitaban en institutos armados cuya dirección, responsabilidad y control reglamentaba el artículo 55 de la Constitución; observando que los odios de la Guerra de abril de 1965, tantas veces esgrimidos en discursos presidenciales como excusa al crimen político, soplaban principalmente desde esferas colocadas en posiciones ventajosas, frente a las cuales se estrellaban las esperanzas del castigo corrector.
El documento del partido blanco seguía diciendo que el Congreso Nacional le había brindado a los legisladores de esa organización la inestimable experiencia de casi un año de labores, y que en ambas cámaras, la mayoría congresional oficialista, con excepción escasa de uno que otro legislador, actuaba como débil aditamento del Poder Ejecutivo, impidiéndole a la minoría parlamentaria la concreción de un trabajo legislativo productivo, ya que uno y otro hemiciclo eran cajas de resonancia donde la voz de mando de Balaguer y sus cercanos colaboradores encontraban eco real, "por temor a actuar con arreglo a su conciencia dentro de un poder del Estado nominalmente independiente".
Asimismo, los legisladores indicaron que la farsa constitucional era aún mucho más amplia, pero confesaron que hubo un momento en el que llegaron a creer -en un arrebato de ingenuidad- que se respetarían los derechos de los representantes de medio millón de electores dominicanos; pero que lamentablemente no había sido así, como se había evidenciado en la bala homicida, en la bomba incendiaria y en los hechos y palabras ultrajantes que tendían a alcanzar a los firmantes de dicho documento, aunque no así a los reformistas; pues ninguno de ellos era víctima del terror ni objeto de tratamiento bochornoso, siendo la oposición quien aportaba las víctimas.
Los firmantes del escrito fueron los legisladores Secundino Gil Morales, Jottin Cury, Ambiorix Díaz Estrella, Víctor Manuel Báez González, Miguel Soto, Arístides Victoria José, Enmanuel Espinal, Noel Suberví Espinosa, William Ney Novas, Máximo Lovatón Pittaluga, Renato Arias, Rubén Suro, Francisco Guerrero, Luis Vargas, Eliseo Romeo Pérez, Gilberto Martínez, Manuel Joaquín Morales, Miriam Abreu de Minguijón, Frank Dezueza Fleury, Hipócrates Saint-Amand, Honorato Mauriz, Eliseo Pérez Hernández, Julio González Ortiz,Tomás Sánchez Pérez, Carlos Manuel Ríos, Reynoso, José Joaquín Ramírez, Barón Atilio Suero Cedeño, Manuel Joaquín Vargas y Américo Pérez Mercedes.
¿Quién era Casimiro?
El profesor Pablo Rafael Casimiro Castro comienza a destacarse tras el golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963, que derrocó el gobierno Constitucional de Juan Bosch y el PRD, teniendo una reconocida participación junto a José Francisco Peña Gómez y José Rafael Molina Ureña en la promoción sin tregua -en la clandestinidad- de las actividades conspirativas que dieron origen a la Revolución Constitucionalista de 1965. Luego fue electo Senador de la República en las elecciones del 1ro. de julio de 1966.
Era hijo del matrimonio formado por el obrero Félix Antonio Casimiro y la lavandera Ana Luisa Castro, de la provincia de Santiago; y nació en esa demarcación el 29 de junio de 1933. Siendo muy joven se desempeñó como maestro de escuela, manteniéndose en esa función hasta que se vincula a la actividad política como un simple militante en los actos públicos de la Comisión de la Libertad, integrada por Ángel Miolán, Nicolás Silfa y Ramón A. Castillo, desde su llegada al país el 5 de julio de 1961, para pactar con el presidente Balaguer y el general Ramfis Trujillo, jefe militar de la Base Aérea de San Isidro, el propiciamiento de un estado democrático donde pudiese operar un partido de oposición al régimen de turno, instalándose entonces el partido de la bandera blanca y el jacho prendío en la casa No. 15 de la calle El Conde de la Capital.
Casimiro se inscribió en esa colectividad política, logrando muy pronto ascender de la mano de Miolán, quien en su condición de secretario general del partido, lo incorporó al staff de analistas en el programa radial "Tribuna Democrática". Luego, cuando se produce el retorno de Juan Bosch del exilio y se le escoge como el candidato presidencial perredeísta, éste le brinda la oportunidad de ser parte del equipo de contacto con la zona Sur del país; de manera que el 26 de octubre de 1962, junto al licenciado Eduardo Stormy Reynoso Sicard, viajan a las provincias de Pedernales, Barahona, Independencia y Bahoruco, con el encargo de persuadir a los dirigentes locales para que apoyasen la idea de realizar una nueva convención nacional del partido, que resolviese el problema planteado por la cuestionada escogencia del señor Buenaventura Sánchez Féliz como candidato vicepresidencial, o compañero de boleta del líder político.
Desde ese momento el país comienza a conocer a Casimiro, a valorar su destacada actuación como organizador partidario y dirigente humilde, pero muy solidario con la militancia de su partido. Es aclamado como un gran líder regional y tercera figura del PRD, después de Bosch y Peña Gómez, por su acción legislativa en defensa de los pobres y por su infatigable presencia como expositor vibrante, cuya voz insobornable trasciende en el Congreso en su condición de titán de la libertad que forja una vida de leyenda y martirio.
El ataque al senador Casimiro la noche del jueves 4 de mayo de 1967 generó un movimiento de opinión pública inusual. Él narraría tiempo después que fue atacado en el momento en que intentaba desmontarse de un jeep Willy, placa 46514, propiedad del comité municipal del PRD en Pedernales, en la calle Padre Billini de la Capital, con la intención de visitar -como era su costumbre- la vivienda de la familia Prandy.
Según dijo, provenía del sector de San Carlos, que era el área de su residencia; pues vivía en la calle Imbert próximo a la avenida 30 de marzo. Había estado hasta las 8:10 de la noche en el colmado Argüelles, compartiendo algunos minutos entre amigos, y de ahí se dirigió hacia Ciudad Nueva, donde llegó al rato, parqueando su vehículo casi en la esquina Pina, frente a la casa No. 100 de la calle Padre Billini.
Indicó que cuando se disponía a abrir la puerta del jeep, no pudo hacerlo, pues sintió que un objeto había penetrado por la ventanilla izquierda; el cual se estrelló en el vidrio delantero, generando de inmediato el incendio. Era la bomba incendiaria de fosforo blanco que le fue lanzada desde una motocicleta tipo Vespa que llevaba a bordo dos hombres con camisas azul y crema, quienes emprendieron la fuga en marcha acelerada.
Casimiro no supo más de sí, pues entró en un estado de inconsciencia, aunque se enteraría después que había sido auxiliado por la joven abogada Yocasta Prandy, quien al observar que su cuerpo había sido alcanzado por las llamas, le puso encima una manta y tapó sus ojos y sus orejas con una toalla, tratando de que no fuesen afectados por el fuego. Con la ayuda de los vecinos ella lo sacó del jeep, procediendo a llevarlo junto a su compañero Manuel Matos Ferreras hacia al hospital Padre Billini, donde les dieron los primeros auxilios, para luego ser ambos trasladados a la clínica Doctor Abel González.
Un tercer afectado fue el señor William Henry, quien tuvo quemaduras más ligeras, que se las curaría de modo independiente.
El fósforo blanco es una sustancia química de gran poder inflamable y le produjo quemaduras en más del 40 por ciento de la superficie cutánea de su cuerpo, y casi lo mismo pasó con su compadre Matos Ferreras, quien presentaba un cuadro clínico similar.
De acuerdo al general Enrique Pérez, ministro de las Fuerzas Armadas de entonces, ese fósforo blanco no había estado almacenado en los institutos castrenses, ya que en sus arsenales no se encontraba esa sustancia; pero consideró muy posible que la misma hubiese entrado al país con las tropas estadounidenses que nos invadieron durante la guerra civil de 1965; señalando que muchos de esos pertrechos -traídos por los norteamericanos- habían sido robados. Él calificó el atentado de "barbaridad" y condenó "a esos malvados terroristas" que cometieron el hecho criminal.
En la Clínica Doctor Abel González los dos pacientes quemados fueron atendidos por un equipo médico encabezado por el doctor Roberto Augusto Sánchez Sanlley, que definió su estado de salud de pronóstico reservado, debido a la severa quemazón de sus cuerpos, que en el caso de Casimiro se veía más afectado en su rostro, además de que tenía una ligera lesión en el ojo derecho, que no pudo evitarse pese al esfuerzo que hiciera la abogada Prandy en cubrir su cara en el instante del fuego.
En la mañana del día siguiente se anunciaron las diligencias que se hacían para trasladar al senador Casimiro Castro y su compadre Matos Ferreras a un hospital especializado de Texas, ya que el equipo médico era de opinión que debían ser atendidos en un centro de salud con tecnología médica más avanzada, donde se les garantizase la esterilidad que necesitaban; y luego de una conversación con sus familiares y la dirigencia del PRD, se convino en transportarlos hacia la Zona del Canal de Panamá, en un avión Hércules C-130, de la Fuerza Aérea norteamericana, con personal médico y equipos de emergencia, que los conducirían el hospital militar Gorgas, donde serían internados.
Casimiro Castro había sido un persistente crítico de la política norteamericana en el país, pero sin embargo ese avión que lo llevaría a un mejor lugar para su sanación, había sido conseguido por la gentil diligencia de la legación diplomática de los Estados Unidos, aunque hubo también participación personal de Balaguer, quien se preocupó en "acelerar el tratamiento del legislador y su curación de las lesiones que sufrió en el deplorable atentado de que fue víctima".
Oposición plantea condiciones para retornar al Congreso
El 24 de mayo de 1967 el bloque de legisladores del PRD supeditó su retorno a las cámaras legislativas a que el presidente Balaguer propiciare un mínimo de garantías ciudadanas, basadas en la eliminación del terrorismo y el castigo ejemplarizante de los culpables, y los principales líderes del Congreso realizaron diligencias para reunir a los congresistas opositores con el presidente Balaguer, quien recibió con beneplácito a una comisión encabezada por el senador Lovatón Pittaluga y se comprometió a tomar tres medidas esenciales para la creación de un clima de convivencia democrática y para el funcionamiento en las Cámaras de una oposición verdaderamente constructiva". Esas medidas fueron, a saber: 1) Creación de un clima de absolutas garantías democráticas para toda la ciudadanía, partidos políticos y organizaciones sindicales; 2) Garantías para las emisoras radiales del país, para que se permitiera a los partidos democráticos y a las organizaciones sindicales utilizar espacios para sus programas, sin que esto conllevara ninguna clase de presión contra las empresas que alquilaran esos servicios; y 3) Garantizar para los militares constitucionalistas una efectiva reintegración en los cuerpos armados.
Balaguer, además de acceder a los tres puntos esenciales, expresó la conveniencia de que no se interrumpiera el diálogo entre el gobierno y la oposición y que se tomaran las medidas que fueran de lugar para que el Presidente de la República sea directamente informado de todo lo que afectara, en perjuicio de cualquiera de los partidos de oposición, el libre ejercicio de los derechos políticos inherentes al ciudadano dominicano.
Esa era la única forma que visualizaban los líderes de frenar un poco la represión y la barbarie terrorista que venía afectando a los dirigentes democráticos ubicados en la oposición al gobierno, para quienes era un verdadero riesgo transitar las calles de noche, ya que se exponían a ser agarrados "asando batatas". Ejemplo de ello fue lo ocurrido con Ramón Emilio Mejía del Castillo (Comandante Pichirilo), quien fue asesinado en el primer mes de gobierno del presidente Balaguer (específicamente el 12 de agosto de 1966 en la zona intramuros de la ciudad de Santo Domingo), y lo que pasó el 17 de enero con la misteriosa desaparición de Guido Gil, luego de haber estado preso en la ciudad de La Romana; o la increíble muerte del militante catorcista Orlando Mazara, el 9 de febrero de 1967, según se dijo abatido por tropas del Ejército en la loma La Arabia de San José de Ocoa. Esa oleada terrorista alcanzó además en poco tiempo a otros dirigentes como Roberto Basilio Perdomo, William Jiménez, Luis de Peña y Roberto Nivar.
Retorno de los legisladores
El viernes 26 de mayo la prensa dio cuenta del retorno de los legisladores del PRD al Congreso, confiados en la palabra del presidente de la República de que se cumplirían las garantías mínimas exigidas por ellos, aunque esa decisión encontró resistencia entre algunos congresistas, como contaría el diputado altamireño doctor Luis Vargas, representante de la provincia de Puerto Plata, quien ofreció una rueda de prensa para desmentir su supuesta vacilación en el caso; pues la revista Ahora había divulgado la especie de que éste había recibido una oferta del gobierno para viajar a Washington, lo que fue en realidad un ofrecimiento que le hizo el líder de su bloque Jottin Cury, quien lo llamó por teléfono para hablarle de ese viaje y preguntarle si quería aceptarlo.
El diputado Vargas habló abundantemente de la resistencia interna a la reincorporación de los legisladores a sus curules, pero sobre todo de la carta que envió a la revista Ahora con la correspondiente aclaración a los conceptos erróneos emitidos; señalando que él nunca flaqueó mientras se mantuvo la protesta que motivó que su bloque parlamentario abandonara el Congreso; e indicó que siempre había sido enérgico en su manera de ser, un hombre de invariable conducta, que nunca había declinado ni siquiera por el hecho de ser hijo de un influyente hacendado altamireño llamado don Chano Vargas, muy amigo de Balaguer y reconocido dirigente reformista, quien no había podido convencerlo de que no fuera perredeísta.
Se debe recordar que inmediatamente los legisladores opositores regresaron a sus curules, se produjo una calurosa manifestación de cordialidad entre reformistas y perredeístas en los pasillos y oficinas del edificio congresual, con muchos abrazos, apretones de manos y chistes sobre lo acontecido. En primero en hacer su arribo al palacio congresional fue el diputado Tancredo Duluc, del Distrito Nacional, quien expresó que la palabra del presidente Balaguer había quedado empeñada frente a la concesión del bloque de volver al Congreso. Luego llegó el diputado por la provincia Peravia, Eliseo Romeo Pérez, quien expresó que fue sensata la decisión adoptada por su bloque ante las promesas hechas por el presidente de la República., agregando que ahora estaba en juego la palabra del presidente Balaguer de hacer cumplir las medidas que sometió el bloque opositor como condicionantes del regreso al Congreso.
La reintegración de los legisladores oposicionistas puso fin a una actitud de rebeldía mantenida durante 18 días, a raíz del atentado sufrido por el senador Pablo Rafael Casimiro Castro. La opinión generalizada entre los congresistas reintegrados era que la situación del país había mejorado un poco con el aminoramiento de los actos terroristas, aunque no habían desaparecido completamente las causas que dieron lugar a la protesta.

RENOVACIÓN DEL SUEÑO Y LA ESPERANZA


Cuando se repuso la rutina en la hacienda, Aura había hecho conciencia del significado de la orfandad y de sus obligaciones para no perecer arrollada por la pesadumbre, el ocio y el hambre que comenzó a sentir en una tierra que cayó en un estado de crisis desde la muerte de don Luis Rodríguez, el único que tuvo la oportunidad y el empeño de trabajarla con sentido de prosperidad para darle a su familia un mejor futuro. De nuevo todo estuvo como al principio, cuando el abuelo adquirió la villa, porque la difunta María Rodríguez, después que Manuel de Jesús se fue, no tuvo la previsión ni la autoridad para trabajar la tierra, ni para nombrar un administrador que se dedicara a cuidarla y multiplicar los bienes dejados por el abuelo. María se había visto en la obligación de violentar una de las cláusulas del acto notarial sobre el manejo de la hacienda. Alquiló parte del terreno y vendió a bajo precio la poca ganadería y los animales de carga, en perjuicio del derecho adquirido por su hija en su niñez. Sin embargo, Aura con el tiempo pudo comprender que su madre se vio precisada a actuar de esa manera influida por los efectos de las precariedades económicas, y posiblemente confiada en que cuando se plasmara su proyectado matrimonio, tuviera tiempo para comenzar a recuperar los predios y bienes afectados. Sabía porque se lo dijo su abuelo, que su madre se acostumbró a desenvolverse un poco a la ligera, pero en ese momento estuvo consciente de que jamás ella quiso conspirar contra su economía, pues María no tenía dentro de la familia un motivo que la hiciera alimentar algún sentimiento inferior al amor. Ella apreció en ese momento que la hacienda de Villa María estaba peor de lo que había imaginado. Sin duda a falta de un buen administrador desde la muerte de su abuelo y la salida de su padre. Pero también, por no haber allí quien la trabajara y cuidara las zonas sembradas de cítricos, plátanos y cocos; o que atendiese el jardín tapiado de rosas, ya que los capullos blancos y amarillos, sin excepción, se tornaron mustios y marchitos; y los escarabajos no 46 cesaron de atacar sin control los frutales, causando graves destrozos, mientras que los frutos terminaron pudriéndose, urgidos de una mano recolectora que estuviera a tiempo en los árboles y sobre la crecida y descuidada yerba. Nunca la hacienda se vio con tantas cucarachas, gusanos y alimañas por doquier. Las culebras, arañas, ciempiés, ranas, sapos, tarántulas y alacranes, fueron tanto que la villa se convirtió en un peligro comunitario, donde se sentía de igual manera a un montón de mosquitos inundando el charco tras el patio, poniendo en peligro la vida humana, originando el bien fundado temor de que pudiera surgir un brote de paludismo o de dengue. En esas circunstancias, Aura estuvo impotente, sin poder hacer nada para detener el croar y trajín de las ranas que se multiplicaron durante la primavera abundantemente en los estanques, recorriéndolos a saltos con su bocaza grande y su lengua larga y viscosa; y ante el cuadro calamitoso que presentaba la hacienda, ella se partió los sesos pensando en la búsqueda de recursos, intentando sin un soplo económico efectuar alguna maniobra para detener la inercia, que aumentó desde el comienzo de su soledad, cuando se percató de que su prima la iba a abandonar, yéndose hacia la comunidad de El Limón, donde sus otros parientes. Sola y sin dinero, reinició las diligencias truncas con la muerte de Mario Vargas, el asesinado novio de su madre: de agenciarse un empleo en el magisterio, porque tenía la capacidad y el empeño para obtener un nombramiento de maestra rural, especialmente en una escuela primaria de un pueblo cercano; y porque detentaba el requisito de un título de bachiller y una preparación académica respetable, además de un curso realizado en la disciplina de pedagogía para el desarrollo rural a nivel técnico. Durante buen tiempo asistió una y otra vez al despacho del inspector regional de Educación, dejando allí su currículo, y solicitando, por otro lado, el respaldo de los dirigentes políticos del partido oficial; pero sólo pudo conseguir frustración y decepción, pues conseguir un empleo en el sector público era una misión ilusa si no se era parte militante de la base clientelar de los partidos que se disputaban el botín de la cosa pública. 47 Cansada de tocar puertas y esperar inútilmente una misiva del departamento de Educación, resolvió abandonar ese proyecto, pero con el transcurrir de los días aumentaron sus calamidades económicas; pasó un increíble verano recargada de variadas necesidades, complicándose su situación de miseria y en particular, la provisión de comida; desfalleciendo la esperanza, viéndose forzada a realizar el oficio improvisado de lavandera, para conseguir el pan de cada día, pues lo poco que dejó su madre se había agotado, y tuvo que resignarse por un largo tiempo en contener el anhelo de enseñar y estudiar simultáneamente. La tristeza de Aura se había acentuado, en la medida en que vio disminuida la solidaridad de sus vecinos, ya que se desarrolló a su alrededor una actitud individualista, pues los viejos amigos de la casa apenas la visitaron y nadie se ofreció a ayudarla. En aquella demarcación cada individuo pensaba en sí mismo, en sus propias necesidades existenciales; por lo cual, comenzó a comprender la persona humana y visualizar toda sociedad caribeña como un revoltijo de ambiciones, de ingratitudes y egoísmo, donde cada sujeto encaraba la solución a sus problemas individuales, aunque tuviera que afectar a los demás, por la ausencia total de solidaridad. En ese estado de ánimo, Aura entró al estadio de la madurez a temprana edad, cuando aún no contaba con el físico, ni el hábito, para acometer una empresa social exitosa; pero debió sobrevivir en la sociedad materialista en que se desenvolvía, con su energía intelectiva y mente prodigiosa, que mostró al público desde que era pequeña, cuando comenzó a pronunciar de memoria los nombres de los seres humanos, santos, animales y cosas que la rodeaban... en el tiempo que puso en evidencia su amplio dominio de las letras, de la naturaleza y de la geografía universal. La agobiante mengua de la economía doméstica se erigió en su compañera inseparable; tuvo que lavar y planchar, enfrentar un rosario de vicisitudes y llevar consigo un tren de sacrificio esperando el momento de obtener un empleo fijo y una beca para sus estudios universitarios; sin embargo, pasaron los meses en que estuvo doblegada por la amargura, hundida en su desventura, sintiendo el agotamiento doloroso de sus esperanzas de una vida alegre y tranquila, con un empleo público y una hacienda florecida. Una tarde que grabó para siempre en su corazón, como una estaca clavada en su pecho, conoció un comerciante de ascendiente alemán que despertó nuevamente sus ilusiones en obtener un oficio rentable, que transformara su estado de frustración y pesar. Fue un momento para recordarlo siempre. Ella estaba en la enramada del patio, y desde ese lugar vio a un individuo moviéndose en las afueras de la hacienda, alrededor de una planta de cactus punzantes; éste se detuvo en el portón de salida, tocando el grueso aldabón de la casa. Aura escuchó el chasquido y con mucha precaución se acercó al extraño para saber quién era y qué buscaba. -Soy Wolfgang Heinrich Hermann, comerciante y estoy de paso vendiendo algunas mercancías –dijo el extraño. Ella lo saludó con cortesía, lo escuchó con detenimiento y luego, susurró: -¡Qué nombre más raro! ¿Quieres una taza de café? El visitante asintió, musitando: "Si, quiero. Puedes llamarme Enrique"; y la chica se dirigió a la cocina, regresando con un vaso de agua y un café caliente que obsequió de manera gentil. Wolfgang Heinrich Hermann era un vendedor de chucherías, objetos de fantasía, ropas y zapatos para mujeres y niños. Ese día andaba en su camioneta totalmente enlodada y polvorienta, que había hecho un largo recorrido por carreteras maltrechas cruzando por varios pueblos del Norte, haciendo el día a día comercial. Aura se abstuvo de ver y conocer los artículos en venta y sus ofertas, entendiendo que no debía perder el tiempo en hacerlo, porque carecía de dinero. Desde que murió su madre, todo escaseaba allí. Fueron muy pocas las monedas y papeletas que pasaron por sus manos, y tuvo que usarlas siempre para sus gastos habituales en comida y urgencias caseras. La conversación fue breve, charlaron sobre el progreso y la abundancia de las ciudades alemanas desde los tiempos de Konrad Adenauer y Billy Brandt, en comparación con el Berlín amurallado y políticamente oprimido de Erich Honecker, que por 44 años estuvo al margen de la civilización occidental y la influencia europea. Wolfgang Heinrich Hermann (Enrique), manifestó su desprecio por los judíos, dejando entrever su orientación neo nazista; y relató su llegada al Caribe como turista y además su posterior naturalización después de establecerse en la ciudad de Santiago, donde logró vivir a sus anchas. Ella experimentó una sensación de desagrado por su relato, y también de perplejidad, por aquella expresión de muesca o sonrisa irónica excesiva en su rostro, que la hizo estremecer de pavor. Pero logró reponerse casi instantáneamente, al entender que no había agravio alguno en aquel decir anti judío y en aquella grotesca sonrisa, ya que en todo momento, el alemán Enrique se había comportado cordial y gentil en el diálogo. Por eso convino en recibirlo en la fecha del sábado siguiente, cuando le propuso visitarla; no tuvo razón, ni fuerza de voluntad para negarse y creyó también que nada perjudicial sobrevendría con el retorno del forastero, y se justificó a sí misma pensando en que no sería negativo dejar la soledad que la acompañaba desde la tragedia de sus padres. Se dijo que sería bueno hablar con nueva gente y encontrar en ella cierto desahogo a las penas torturantes que la asfixiaban en su aislamiento casi total. Los días corrieron y llegó el sábado convenido. Enrique entró nuevamente a la hacienda por el jardín, y después de un saludo cálido y antes de que lo invitaran a pasar a la sala o a sentarse en una de las sillas desperdigadas en la terraza, mostrando su extravagante y rara sonrisa, se tomó la confianza de agarrar un taburete de piel de res, colocarlo debajo un árbol y sentarse como si estuviera en su propia casa, forzando con su audacia un diálogo como quiso, el cual se llevó a efecto inmediatamente concluyó el ritual ceremonioso del servicio de un café humeante y sabroso, que duró unos cinco minutos; el tiempo justo que requirió en saborearlo e ingerirlo. Enrique comenzó a hablar de la buena vida en la ciudad, de las oportunidades de empleos y de educación; y los ojos de Aura adquirieron el brillo intenso de las personas ansiosas por romper las cadenas de la miseria. Lo escuchó con cierto asombro hablar de las facilidades de empleo en las grandes ciudades, y de manera concreta sobre un negocio en la ciudad de Santiago, donde empleaban chicas de buena presencia y con alguna destreza para fungir de cajeras, manejando cajas automáticas depositarias de dinero. Se refería a un centro de diversión situado en la urbanización El Paraíso, en el que había siempre plazas vacantes para chicas necesitadas. Esta invitación la llenó de esperanza pensando que se aproximaba el momento de poseer una renta mensual para costear sus estudios y de vivir la vida conforme al sueño que siempre había tenido, en un contexto de tranquilidad y alegría, conociendo y compartiendo con jóvenes de su edad, para aprender cosas que ignoraba sobre la naturaleza humana y la vida misma. No ocultó su entusiasmo, se desbordó en júbilo y se preparó para mudarse a Santiago, para superar la tragedia vivida y comenzar una época nueva de paz y bienestar. El diálogo concluyó como se lo propuso y quiso el alemán; de modo que Aura, sin consultar con nadie más en la comarca, aceptó su propuesta y decidió mudarse a Santiago, confiada en que allí se gestaría un cambio en su favor, porque lejos estaba su pensamiento de que el destino le tenía reservada una nueva y dolorosa prueba de desengaño y de crueldad, como jamás pensó conocer. Llegó de noche a Santiago, y al instante de su arribo, fue conducida junto a Enrique a una residencia aparentemente familiar, que pronto comprendió que no era otra cosa, que un discreto burdel donde imperaba un orden y una rígida vigilancia, pues en la puerta de acceso estaban dos hombres jóvenes y de mucha fortaleza, pidiendo la cédula de identidad para dejar pasar al interior, porque no se permitía la entrada de niños, ni de personas armadas, o con mal aspecto físico, a ese lugar; donde le esperaba su primer trabajo en la vida, en función de camarera. Estuvo unos minutos en el salón de estar, esperando a la señora que Enrique estaba procurando, y luego pasaron a un salón bastante holgado, con un largo y vistoso alfombrado rojo, que se asemejaba al usado en eventos artísticos como los premios El Casandra. Le bastó recoger con sus ojos cada detalle del interior de la casa para comenzar a sentir miedo, pues allí había una sucesión de mesas redondas y cómodas sillas giratorias de metal y, en un apartado rincón, se hallaba una vellonera de neón ordenada para animar el ambiente, de donde emergía una balada en la voz de Antonio Prieto, el inmortal intérprete de "La Novia", que pintaba claro que aquel sitio no era un negocio cualquiera, sino algo más que un territorio de trabajo. Aura intentó hablarle a Enrique para expresarle su enojo e insatisfacción, cuando de pronto se alumbró todo el lugar y se escuchó un soplido, como una voz de una mujer: -Bienvenidos a mi bar, donde están los mejores cueros del mundo, mujeres bonitas y bien formadas, de grandes ligas en el amor -anunció la voz por un altoparlante. Ahora con la sala iluminada Aura veía claramente a la señora del bar y a una decena de jóvenes cabareteras, con sus ropas sexi, sus corsés y escotes provocativos, sentadas compartiendo tragos con jóvenes galantes y algunos hombres de edad, en un momento de suma alegría. Entre ellas había algunas en jeans y otras en minifaldas, exageradamente maquilladas, pero sin nada familiar en común, a no ser sólo su juventud y belleza. Esa misma noche, junto a Enrique recorrió a pies dos cuadras vecinas, pasando por un lugar llamado "zona roja", y allí intensificó su temor, pues pudo contactar que estaba sin duda alguna en el barrio de los burdeles santiagueros, donde, pese a estar acompañada, era insistentemente abordada por clientes reales o potenciales, que requerían información sobre las tarifas de las jóvenes cabareteras. Pudo ver las siluetas de chicas y chicos acaramelados en las esquinas, bajo las luces multicolores de los avisos de neón; reían y se divertían de manera escandalosa, pavoneándose por las calles con suma coquetería. Aura se sintió muy enfadada por estar allí y pidió a Enrique regresar, o ir a otro lugar. Volvieron al bar, que a esa hora estaba repleto de paisanos, porque había llegado el conjunto musical de Félix del Rosario y sus magos del ritmo, que comenzaron la fiesta tocando "Mal pelao", en la voz melódica de Frank Cruz, quien continuó a seguidas con un popurrí de merengues, a dúo con el Negrito Macabí, entre ellos, "La bailadora" y "Ay que negra tengo", los cuales marcaron una época, por su pegada en el público y su amplia difusión en la radio. Notó que en el bar se habían sumado nuevas chicas que no vio anteriormente y sus ojos se toparon además con el cuerpo impresionante de un negro alto y robusto, de unos 35 años, que le fue presentado de inmediato con el nombre de Frank Robles, Administrador del sitio, quien ordenaba el despacho de bebidas alcohólicas, de gaseosas y de una que otra "picadera", mientras varias mozas llegaban ante él con sus bandejas al hombro, tomando los productos para despachar, que luego eran distribuidos de acuerdo a un ordenamiento escrupuloso de pedidos de los clientes ubicados en las diferentes mesas. Ella atinó a preguntar sobre las condiciones de trabajo, y el administrador le dijo: "No hay un gran sueldo, pero podrás ganar mucho dependiendo de tu empeño, porque de tu entusiasmo y dedicación dependerá que obtengas grandes ganancias" Fue en ese instante que ella comprendió con claridad que había encontrado su primer trabajo. Frank Robles le explicó las reglas básicas del bar; allí ganaría un sueldo mínimo en pesos, más el 40 por ciento de las propinas y el servicio al cliente. Aura rápidamente se dio cuenta de que esa "ocupación" sería un engaño, un abuso de confianza que la obligaría a hacer cosas denigrantes, con lo cual se desvanecía su esperanza, se ahogaba su ilusión de un trabajo decente y se apagaba su deseo de vivir alegre y feliz. Comprendió ahí mismo que su vida había tomado el camino de la prostitución involuntaria, que no estaba en condiciones de evitar. Se sintió más sola que nunca, con 16 añitos de vida, con poca o ninguna mundología, y sometida a una especie de secuestro. Durante un tiempo viviría una experiencia inerrable, que desgajó su virginidad mental y le produciría también un desgarramiento en su conciencia. Sin embargo, en medio de su pena, lograría conocer en aquel sitio infernal de la Urbanización "El Paraíso" (muy casualmente llamada así), a un ser compasivo, un cliente al que confió la triste realidad de su vivencia ignominiosa, y ese individuo se erigió de manera piadosa en su protector, sin sexo; en su tutor indulgente, en su tabla de salvación. Fue éste quien dio a conocer a la prensa la trata de blancas que había en aquel centro recreativo, y fue éste quien presentó la denuncia en torno a su condición de menor, provocando la intervención policial liberadora, junto a otras tres chicas también menores. Sin embargo, el daño estaba hecho y era mucho mayor de lo que podía nadie imaginarse en ese momento; pues de aquel incidente quedó embarazada, para incrementar su agonía y anhelar morirse de vergüenza. El abogado César Céspedes viajó a Santiago, a encargarse de preparar el expediente de abuso sexual contra los implicados en el caso de Aura, que resultaron ser el administrador del bar, el alemán Enrique y un par de clientes, acusados por ante la jurisdicción de instrucción local. El abogado llevó también el caso a los medios de comunicación, que lo divulgaron ampliamente, omitiendo el nombre de Aura y de las otras tres chicas menores que fueron obligadas a prostituirse en el bar, alegando que era un asunto de interés público y considerando la querella como un deber social que ponía al descubierto los tejemanejes de un acto atroz y criminal, pues las relaciones sexuales no consentidas y el abuso a chicas adolescentes, generan dramas dolorosos, que terminaban siendo traumas riesgosos para ellas, por el peligro de ser embarazadas o de contraer enfermedades contagiosas, como el Sida. Su denuncia originó un amplio repudio en la sociedad, pero no había mecanismo para castigar a los culpables de las apuntadas vejaciones, pues no se contaba para la época con un código de protección a los menores, por lo que finalmente se vio compelido a aceptar un acuerdo con los implicados, una transacción judicial mediante la cual se abocarían al pago de una indemnización por daños y perjuicios. Aura estuvo varios meses residiendo temporalmente en Santiago, en la casa de una antigua amiga de su madre, que tenía mucho conocimiento de medicina natural y brebajes y se encargó de prepararle un aborto efectivo sin recurrencia clínica, por medio de una pócima de cáscaras de aguacate, logrando interrumpir la vida de un feto en sus entrañas, pero sin poder evitar que trascendiera lo acontecido, y que por ello, durante un buen tiempo, tuviera que hacer frente a la intransigencia implacable de la sociedad y a la naturaleza animal agazapada en la débil conciencia de sus coterráneos.


Por Sebastián del Pilar Sánchez
(Cuarto relato de Refugio en la Cumbre)