sábado, 28 de octubre de 2017

YUDELKA Y MORROBEL, UN ROMANCE APLOMADO (Relato No. 8 de Refugio en la Cumbre)


Yudelka crecería como la niña mimada que era, con todo el cariño y consentimiento de su abuela Aura, viviendo entre Santo Domingo y Luperón, con más tiempo en la ciudad capital y con algunas vacaciones escolares en la hacienda de Villa María, aunque ella hubiese preferido pasarlas en la zona urbana o en las playas del Norte, pues no le producía ninguna emoción el contacto con el campo y los agricultores. En lo personal, era una chica muy coqueta y consentida desde pequeña, en lo relacionado con algunos novios entre los adolescentes de la región septentrional, a quienes habría mostrado su fogosidad y emociones extravagantes.
 A los 21 años se veía más bella que Jacqueline en su tiempo; con sus grandes ojos violetas, su pelo negro rizado y su cuerpo inmejorable, por su excelente formación curvilínea; pero ni siquiera Mario Mubarak, con quien había tenido el más largo noviazgo, la había valorado como deseaba, pues era sólo para él una chica divertida, a quien deseaba por la fogosidad incansable en sus juegos amorosos; y porque el figureo con una hija de un gobernador, a su juicio generaba trascendencia social y tal vez un poco de popularidad. Ella, por demás, era una chica ampliamente conocida, pues la prensa le había asignado mucha importancia a sus acciones públicas, dándole mejor trato incluso que a muchas megadivas, publicitando sus amores y aventuras; aunque para ella no todo sería color de rosa, pues en el ambiente informativo circulaban las opiniones de los adversarios de su padre, dándoles seguimiento continuo y no desperdiciando oportunidad para atacarla; pretendiendo incluso desconsiderarla, asociando su nombre con la expresión "Puta de mierda", cuando su uso se hacía común en los barrios, donde los tígueres no vacilan en humillar con obscenidades a las jóvenes con prendas de vestir insinuantes, llegando en ocasiones al acoso en la estación del Metro, en taxis y autobuses. El término señalado logró insertarse en YouTube y Facebook, donde idearon páginas que registraron millares de seguidores, rindiendo pleitesía a la vulgaridad y el sexo. Por suerte para Yudelka, en esos perfiles también se manifestarían sus simpatizantes, convirtiendo en mayoritaria las opiniones justificando y defendiendo sus actos públicos.
Después del percance periodístico de la filmación erótica, rompería su relación con Mubarak, en un intento por reconquistar la receptividad y apoyo de la clase periodística; para complacer a su padre, que había sufrido considerablemente el impacto del videoclip en las redes sociales; y porque habría comprendido a tiempo que debía dosificar su compostura y presentar una imagen social más cauta y reservada. Y así lo haría. 
Con la salida de Mubarak, llegó un nuevo pretendiente. Un estudiante de odontología llamado Luis Morrobel Santos, de 27 años, con quien deseaba tener un noviazgo más consciente y agradable para su familia. Su abuela Aura se había sentido fascinada con el nuevo enamorado, por ser un estudiante universitario y monitor de una asignatura de su carrera; por su franca sonrisa y su expresiva cortesía, aunque exteriorizada con gestos amanerados y confusos que constituían el único punto débil en la personalidad de este estudiante de término, con cierta madurez, que conoció mientras lo veía caminar un lunes a primera tarde, con mucha energía y vitalidad, por la acera de la Avenida George Washington, que ese día y a esa hora estaba medio-desierta; sentándose luego en uno de los largos bancos de cemento del malecón, frente a frente al hotel Napolitano, donde ella se había hospedado. Vestía una camisa de cuadros verdes y blancos y un pantalón jeans azul marino, y sus ojos estaban mirando en ese instante las costas de arrecifes del ancho mar y una embarcación llena de turistas cerca del puerto, que disfrutaban la visión del mar y las palmeras al pie de la orilla. Él posó sus ojos en ella, devorándola con sentido de placer, como si no hubiera más mujer en el mundo. Y ella, sorprendida, sintió que la desnudaba, pero aun así, conmovida, pudo sostener firmemente su mirada, con una ojeada desafiante, hasta que se sintió sometida, convencida de que sería capaz de doblegar hasta los propios arcángeles del cielo; y no lo observó más, aislándose por unos minutos de lugar. Pero no bien borraba de su mente aquella extraña y retadora mirada suya, así como los cuadros verdiblancos encendidos de su camisa, cuando estaba escuchando tras de sí una voz que surgía del área de la terraza del Napolitano, que se dirigía a ella, diciéndole: "Buenas tardes, joven bonita. ¿Qué tal?". Grande fue su sorpresa al escuchar esa estridente voz. Palideció del susto, estremeciéndose todo su cuerpo; y respondió casi de manera automática, como movida por un resorte: "Saludos. Aquí, en tranquilidad".
-Me excuso, señorita, por el atrevimiento de venir a usted impresionado por su belleza –dijo con su mirada puesta en su cuerpo, recorriéndolo con entusiasmo y placer.
-¿Quién es usted? –inquirió ella.
-Espero no mortificarla con venir ante usted. Lo hago con sumo respeto. No lo dudes. Por demás, soy Luis Morrobel Santos, estudiante de la UASD, y quiero que desde esta tarde, me inscriba en su red de amigos como su servidor más leal y ferviente.
-¡Gracias joven! -exclamó sorprendida; mientras él -sin esperar que se repusiese del asombro- le manifestó su deseo de conocerla, de sostener un intercambio auspicioso por medio del whatsapp o el Facebook, remachando su aprecio por sus virtudes físicas.
-Mi nombre es Yudelka Gómez -dijo, estando aún de pies y turbada por la rápida sucesión de los acontecimientos; apoyando sus nalgas en un muro a la entrada de la terraza y procediendo a escribir sus referencias personales en un papel de servilleta, que de inmediato le entregó de manera cortés.
Esa misma noche se reunió con Amparo, su amiga desde la adolescencia, a quien le describiría cada detalle de su encuentro con Luis Morrobel. Habían sido alumnas de un colegio católico situado en la avenida 27 de Febrero, y la escogería desde entonces como su principal confidente, pese a que otras amigas se lo reprochaban, alegando que no era de fiar, por tener supuestamente dos caras y no guardarle secretos a nadie; pues tenían la certeza de que era una chica peligrosamente egoísta, narcisista, con tendencia a la traición (el tipo de mujer que no se concentra en cuidar sus pertenencias, sino en obtener también las ajenas -incluso el amor de un hombre). Pero ella la había seleccionado como la persona adecuada para confiarle sus asuntos íntimos, al margen de sus defectos; desdeñando su fingimiento de amiga, luego de haberla sorprendido diciendo mentiras, menoscabando su imagen. Pensaba que estaba preparada para lidiar con Amparo. Su abuela Aura le había enseñado a torear, y reprobar con sumo tacto, a las personas infieles y mentirosas, que -según sostenía- abundaban en la política, formando parte incluso del círculo íntimo de su hijo Fausto, quien estaba dedicado desde hacía algún tiempo al activismo partidista y al quehacer gubernamental. 
Por demás, ella se creía poseedora de un don intuitivo para descubrir la infidelidad y la ambivalencia arraigada en muchas personas acostumbradas a decir una cosa ahora y otra después, o a negar en público lo que sostenían en privado. Y otra cosa que había aprendido de su abuela, fue a sosegar sus ímpetus y reaccionar con amabilidad y calma ante la traición y el peligro; de suerte que con esa postura había sabido encarar, no sólo a Amparo, que tenía el engaño como perfume de su diario vivir; sino a otros que les mintieron por ignorancia, o como víctimas del ardid y la difamación de terceros; y que concluyeron disculpándose, enmendando sus errores y cuidándose de no propagar en el futuro relatos y alusiones dudosos. 
Yudelka odiaba la mentira, habiendo terminado su romance con Mubarak debido a su obsesiva inclinación por el uso de la artimaña en sus conversaciones triviales. Había roto su relación convencida de que le era excesivamente infiel, e infiriendo además que no tenía remedio su afición a la marihuana; pues luego de un examen de conciencia, no le cabía duda que había estado vinculada a un ser humano mentiroso, cuya inconducta incorregible era el resultado de haberse hecho hombre careciendo del afecto de sus padres divorciados, quienes se habían pasado su vida conyugal en una confrontación sin cuartel, que se reflejó en las calles y llegó a los tribunales; sin que hubiera tiempo de moldear su adolescencia con un poco de cariño y respeto.
A Yudelka le parecía bien, desde que era una chiquilla, compartir con Amparo sus confidencias más íntimas, revelándole esa noche, con lujo de detalles, su entusiasmo por Morrobel:
-Me gusta mucho Luis. Quiero ser su novia.
-¡Cuidado, Yudelka. Mucho cuidado! –exclamó Amparo-. Apenas hace unos días que terminaste con Mubarak.
-Eso pasó sin pena ni gloria. Este hombre de veras que me gusta un paquetón -dijo Yudelka.
-¡Ten cuidado! -repitió Amparo.
Yudelka la escuchó por educación, sabiendo que no era valedero el interés que mostraba por su integridad moral. La sugerencia que le hacía la tomaría con cautela, pues nada bueno se podía esperar de esa consejera que decía ser su amiga; pero que, sin embargo, a la primera oportunidad -cuando se plasmó la ruptura de su relación sentimental con Mubarak-, sin mayor recato, se acostaría secretamente con él, sosteniendo un vínculo fugaz que bien pudo arruinarle la vida. No tenía duda de su infidelidad y engaño, era medularmente envidiosa; por tanto, no iba a irritarse, ni a gastar esfuerzo en descubrirla, ni reclamarle su falta. Al contrario, iba a demostrar que ella era más inteligente y audaz; utilizándola y sumándola al objetivo de investigar por el Facebook, y por cualquier otro conducto, al individuo que había entrado en su vida, excitándola de manera inusual por su atractivo, simpatía e inteligencia.
Indagando quién era Luis Morrobel Santos, así pasaría buena parte de esa semana. Amparo centrando su eficacia en esa investigación, procurando un resultado óptimo propio de un perito policial; logrando averiguar que este joven pertenecía a una familia de clase media pobre del municipio de Luperón, la cual con mucho esfuerzo y sacrificio lo había enviado a estudiar en la universidad estatal, alojándolo en una pensión atestada de jóvenes humildes oriundos del mismo pueblo, en el populoso sector de Villa Juana, de la ciudad capital.
Una vez enterada, Amparo intuyó que no sería fácil para su amiga relacionarse sentimentalmente con aquel joven pobretón, que vivía en condiciones tan precarias; teniendo incluso que dormir en habitación apretujada con una serie de literas de metal y careciendo de dinero para subsistir, ya que ni siquiera tenía para compartir con ella un refresco, o una cerveza, o una copa de vino, en algún centro recreativo de la zona metropolitana.
-¡Ayúdame, Amparo! Dime, ¿cómo puedo compartir con él?
-Tú estás acostumbrada a frecuentar los sitios de esparcimiento como Bella Vista Mall; ahora tendrías que irte a compartir a los barrios de Villa Juana o Villa Consuelo, donde aprendería a vivir entre pobres.
-Me haría bien conocer los barrios pobres, aunque no estén en mi demarcación, porque como te he dicho algún día habré de postularme a diputada –dijo Yudelka.
Un mes después, con la presencia de Morrobel, los tres se reunirían en la cafetería de la universidad, creciendo la común simpatía y agrandándose en la medida en que éste enfocaba temas sociales y académicos que impresionaban a las chicas, por su claro dominio discursivo, especialmente en estética dental. Sería una larga conversación, pudiendo pasar a su lado horas muertas de diálogo; de modo que comenzarían a reunirse casi a diario en lugares a veces sugeridos por Yudelka para socializar; realizando "serruchos", una costumbre de personas humildes, especialmente jóvenes, que recolectan dinero entre todos para el consumo de bebidas; en este caso, en centros de recreación cercanos (Restaurant del Hotel Lina-Barceló y colmado-bar "La Venganza"), frecuentando además los silenciosos y discretos reservados del restaurant del hotel Londres donde saciar la voraz necesidad erótica. 
Con Luis Morrobel Santos comenzó la madurez sentimental de Yudelka, encendiendo el teclado del olvido para desalojar por siempre de su mente la frivolidad vibrante de adolescencia; despejando los lunares perjudiciales que estaban aún presentes en los recuerdos de sus compañeros de generación que insistían en estrujarle su coquetería pasada, denostándola con insinuaciones irónicas y susurros callejeros, y obligándola a repudiarlos con digna postura y energía, contrariando las pretensiones de los antiguos afortunados de sus besos, que aún suspiraban por gozarlos gratuitamente de nuevo, sugiriendo la divulgación tardía del placer de sus caricias. Con Luis Morrobel quedaría superada una época de antaño que ella comparaba con un sueño colectivo donde cabía el famoso soliloquio del drama español:
"¿Qué es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión/una sombra, una ficción/y el mayor bien es pequeño/que toda la vida es un sueño/y los sueños, sueños son".
Así se revalorizó su categoría y apariencia de chica honesta en acción y se afirmó su derecho a vivir sin angustias, calmando la desesperación de los muchachos de su tiempo y despejando toda duda de que tuviera méritos inimitables para sostener la relación con Luis Morrobel.

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