«Nunca habría firmado un contrato si hubiera podido volver atrás en el tiempo. ¿Por qué? Porque vi la muerte», dice Yevgeniy, un hombre alto de unos cuarenta años. Mientras transcurren los días en un campo de prisioneros en el oeste de Ucrania donde esperan ser intercambiados, Yevgeniy y otros tienen tiempo de sobra para repasar el momento en que tomaron la decisión de unirse a la invasión rusa de Ucrania.
El ambiente es tranquilo y ordenado. Los prisioneros, vestidos con uniformes azules, están trabajando -reparando palés y fabricando sillas o árboles de Navidad artificiales- o caminando por un espacioso patio mientras periodistas de LA RAZÓN y otros medios son guiados por un representante de una agencia gubernamental ucraniana. Muchos aceptan responder preguntas sobre su experiencia en el campo y en el ejército. No les preocupan los guardias ucranianos que están de pie a lo lejos. «¿Se leerá esto en Rusia?», pregunta en cambio un prisionero, ansioso por asegurarse de que no se muestre su nombre completo ni su rostro.
Artem, un manitas de una provincia rusa, sostiene un libro en ruso, «El mundo perdido» de Arthur Konan Doyle, que obtuvo de una biblioteca del lugar. Dice que firmó un contrato con el ejército para ganar dinero. En aquel momento, la prima por firmar -que ahora equivale a 28.000 euros en algunas regiones- fue 2.000 euros, mientras que el salario mensual era un poco más alto. Como muchos aquí, asegura que participó poco en los combates y que fue capturado después de que los bombardeos ucranianos lo dejaran inconsciente al frente. «No me interesa la política. Sólo soy un soldado», responde cuando se le pregunta por qué, según él, Rusia ha invadido Ucrania y ha estado matando a los civiles ucranianos.
Andrei, otro soldado y también voluntario, comparte que toda la guerra es un error y que debería detenerse. Sin embargo, no sabe cómo: «¿Protestas? No cambiarán nada». El sentimiento de apatía y – al menos en la superficie- alienación de la política de su país es palpable entre los prisioneros. Algunos, sin embargo, dicen que hubo algo más que dinero para que se unieran al ejército. Denis, de unos veinte años, cuenta que firmó un contrato después de graduarse por «motivos patrióticos». No sabe explicar qué significa exactamente, entonces subraya que muchos de sus amigos también se unieron y sintió que no podía quedarse al margen.
Este joven de una provincia sureña fue capturado hace más de un año en una emboscada en la que murieron y resultaron heridos varios de sus compañeros. No resultó herido, pero estaba completamente preparado para morir. «En este tipo de tropas, en la infantería mecanizada, lo único que te espera, si no te marchas, es la muerte», comparte con resignación. Compara sus primeras batallas con los juegos de ordenador. «Tenía la sensación de que todo aquello era irreal», recuerda. Denis está seguro de que las tropas de la OTAN están presentes en Ucrania, donde cientos de ciudadanos extranjeros han estado luchando abiertamente en filas del ejército ucraniano. «Si no fuera por la OTAN, habríamos conquistado Ucrania hace mucho tiempo», subraya, seguro de que Rusia no puede perder la guerra debido a su enorme tamaño.
Fuente LA RAZÓN