El presidente convoca y fuerza a los progresistas a decidir si se movilizan para impedir un Gobierno PP-Vox
Noche electoral dramática para el PSOE y reacción drástica y rápida de Pedro Sánchez a la mañana siguiente. El presidente del Gobierno ha decidido adelantar las elecciones generales al 23 de julio ante el riesgo de que un desgaste más largo de su Ejecutivo en los próximos meses, con una derecha envalentonada tras su rotundo éxito electoral, acabe con una mayoría absoluta rotunda del PP y Vox. “Asumo en primera persona los resultados y creo necesario dar una respuesta. Muchos presidentes con gestiones impecables han dejado de serlo. Todo esto aconseja una clarificación de los españoles sobre las fuerzas políticas que deben liderar esta fase. Lo mejor es que los españoles tomen la palabra para definir el rumbo político del país”, ha dicho Sánchez durante una breve comparecencia. El Consejo de Ministros extraordinario de esta tarde dará forma jurídica a la decisión.
Sánchez, acostumbrado a las decisiones arriesgadas en toda su carrera, ha optado por la más peligrosa de todas ellas, pero también la única que nadie esperaba la noche electoral. El presidente pone así a los votantes, en especial a los progresistas, ante la tesitura de tener que decidir casi inmediatamente si quieren consolidar el resultado de las elecciones autonómicas y municipales, que entrega casi todo el poder al PP y Vox, y permitir que eso sea lo que llegue también a La Moncloa, o se movilizan para impedirlo. Sánchez incluso renuncia así al escaparate que suponía la presidencia española de la UE y llama a los españoles a decidir ya, en pleno arranque del semestre.
En 2019, también contra todo pronóstico y cuando llevaba solo unos meses gobernando tras la moción de censura de 2018, Sánchez también se lanzó a un adelanto electoral arriesgado en abril, que resultó exitoso. En ese momento hubo una gran movilización de la izquierda española ante la amenaza de que gobernara Vox, que venía de dar la campanada en Andalucía en diciembre de 2018. Han pasado cuatro años y Vox ya no es una hipótesis, sino una realidad creciente, según los resultados del domingo. Y el PP se ha recuperado mucho desde 2019, cuando obtuvo los peores resultados de su historia tanto en las generales como en las autonómicas. Ahora, el riesgo de que el PP gobierne con Vox no es algo difuso, sino casi una certeza. Por eso, Sánchez se la juega a todo o nada muy rápidamente, en un movimiento típico de él, para intentar a la desesperada que una movilización extraordinaria de la izquierda, que no se ha visto por ningún sitio en las municipales y autonómicas, pueda obrar el milagro de frenar la ola conservadora que ya se ha visto en varios países de Europa y ahora llega a España.
El presidente podría haber tomado otro tipo de decisiones drásticas, como cambiar su Gobierno, romper la coalición o anunciar algún tipo de cambio en sus alianzas, pero ninguna de ellas era tan radical como esta y todas implicaban una maduración de meses para llegar finalmente en una posición similar a las elecciones de diciembre. Sánchez pone así a sus propios votantes potenciales y a los de los otros grupos de la mayoría ante la tesitura de decidir si dejan que gobiernen PP y Vox con los votos que lograron este domingo o se movilizan de forma rotunda para impedirlo.
El riesgo que asume el presidente ―y con él el PSOE, Unidas Podemos y todos los grupos de la mayoría― es que el voto llegue en un momento de subidón anímico de la derecha, que ha mostrado una movilización extraordinaria alrededor del mensaje de “derogar el sanchismo”, y esta decisión acabe por mejorar incluso la mayoría de PP y Vox y hundir aún más a la izquierda. Pero Sánchez ya ha tomado decisiones de este tipo en el pasado, como el adelanto electoral de 2019 y, sobre todo, la repetición de las elecciones ese mismo año.
Esta última decisión, también muy arriesgada, fue totalmente fallida. Sánchez la tomó convencido de que los ciudadanos progresistas culparían a Podemos del fracaso de las negociaciones y él tendría un resultado mucho más amplio al llevarse una parte de los votos de Ciudadanos. No pasó. El PSOE perdió tres escaños y no se llevó ninguno de los 47 que perdió Albert Rivera. Y Podemos, que perdió siete escaños, aguantó. Y eso obligó a Sánchez, esa misma noche electoral, como ahora, a tomar una decisión rápida y drástica: a la mañana siguiente ya estaba llamando Iván Redondo al entonces jefe de Gabinete de Pablo Iglesias, Pablo Gentili, para cerrar la coalición. En esa repetición electoral empezaron a fraguarse algunos de los problemas del PSOE: porque con el resultado anterior la coalición habría tenido 10 escaños más, y necesitaría mucho menos a ERC y nada a Bildu. Y, además, el PSOE siempre tenía un plan B en la recámara porque sumaba 180 escaños con Ciudadanos. Esa repetición estrechó el espacio de los socialistas y además los obligó a pactar con muchos partidos para sacar adelante cada una de sus reformas.
Con este movimiento, Sánchez también evita meses de discusiones a su izquierda para ver cómo se organiza Sumar. Fuerza a ese espacio que lidera Yolanda Díaz a reagruparse rápidamente para intentar recuperarse a la desesperada del fiasco de las autonómicas y municipales, donde ha quedado muy claro que la división mata a la izquierda. Podemos se ha quedado fuera de varios parlamentos y eso ha sido decisivo para que la izquierda perdiera la Comunidad Valenciana y algunos ayuntamientos decisivos.
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