POR LUIS EDUARDO GUTIERREZ. El autor es abogado. Reside en Santiago
(Este artículo de opinión y su contenido es de exclusiva responsabilidad del autor)
Hace unos días un personaje de cuyo nombre no quiero acordarme, juramentó al presidente Luis Abinader (en un acto en el que lo proclamó como candidato presidencial de su partido) de la manera siguiente: «¿Jura usted darnos la oportunidad de nosotros ser parte del tren gubernamental desde ahora y también para después?», a lo que el Presidente contestó: «Sí, lo juro».
Esto, que muchos pueden considerar un simple hecho, en realidad debe leerse como lo que es: que muchos políticos ven el Estado dominicano como una suerte de botín con el cual enriquecerse a ellos mismos y a sus correligionarios.
En realidad, lo aludido anteriormente no es nuevo, ya desde la segunda mitad del siglo XIX se había dado el fenómeno de que una parte de los dirigentes de las dos principales fuerzas políticas de entonces, el Partido Rojo y el Azul, no se enfrentaban por razones ideológicas, de visión de Estado o economía, sino que lo hacían para obtener beneficios materiales a costa del Estado en una sociedad muy pobre en la cual aquel era el único instrumento de movilidad social (Adriano Miguel Tejada, Historia de la República Dominicana, coordinado por Frank Moya Pons).
Vemos cómo, pese a que nuestro país ha avanzado mucho en términos económicos e institucionales, en el ámbito político sigue existiendo, mutatis mutandis, la cosmovisión política del siglo XIX. Y ésta es la que ha impedido que en la administración pública la seriedad y la excelencia no sean la regla.
Como corolario de lo anterior, en nuestro país muchas instituciones públicas están atiborradas de individuos cuyo único mérito es ser amigo de un político, o haber «politiqueado» en una campaña electoral. Todo ello en detrimento del propio sector público, ya que lo hace ineficiente. Y ni hablar de la ignominia que supone para el empleado público honesto y capacitado que muchas veces tiene que trabajar codo a codo con mercaderes de la política.
Así, las palabras pronunciadas por el dirigente político que juramentó al Presidente, y que fueron citadas anteriormente, son más que un enunciado lingüístico, son un testimonio de una realidad material de nuestro país, a saber: la incapacidad de muchos políticos que no pueden ver en el Estado un medio para el desarrollo de la sociedad en su conjunto, sino un medio para llenar sus propios bolsillos.
En definitiva, vivimos en una sociedad en la cual existe el contraste entre avance económico, tecnológico e institucional, y algunos políticos con la mentalidad de Buenaventura Báez, líder del Partido Rojo, cuyo fantasma (parafraseando a Marx y Engels) sigue recorriendo nuestro país. Mientras tanto, la visión del Estado como botín se constituye en un serio lastre para nuestra sociedad, y la solución debe darla la clase política que debe entender que su propia supervivencia depende de cambiar de mentalidad, sino la alternativa sería un vengador social, con las consecuencias nefastas que eso traería.