A mis 35 años
Quienes me conocen saben que soy un tipo divertido al extremo. Naturalmente, sin llegar a lo ridículo, pero, a veces, lo admito, con cierta tendencia a sobrepasar las fronteras para un hombre de mi supuesto “perfil”, con tres hijos y una recua de sobrinos y sobrinas a los que debo dizque servir de ejemplo. Como si ser feliz, a pesar de todo, no fuera, no solo suficiente, sino el mejor de los ejemplos.
Siempre he sido una persona reservada con mi cumpleaños. Me parece injusto congregar a mis amigos y familiares con el único objetivo de celebrar que estoy más cerca de la muerte. Y que sea yo mismo el que propicie esas parafernalias, es para mí totalmente inconcebible. Y ya les hablé de lo injusto.
Por eso trato de que este día sea lo más normal que las personas que me quieren me lo permitan. Pues siempre hay algo: unas cervezas, un vino, una comida y muchas veces, hasta bizcocho.
También porque nunca he necesitado un día específico ni para celebrar ni para compartir con mis amigos y mi familia y mucho menos para ser lo más feliz que las vicisitudes propias de la vida me dejan ser.
Debo decir que estos 35 años los recibo feliz, en Tamboril, Santiago, el pedazo de tierra que más amo en mi vida. Y con mis hijos y con una representación reducida de mis hermanos y sobrinos. Pero sintiendo en mi corazón la bondad de todos aquellos y aquellas que están lejos. De verdad, se lo agradezco.
También recibo estos 35 años con más conciencia de mis errores, pero sin el extremismo de rasgarme las vestiduras. Ellos hicieron su parte en este hombre que soy y aún más en mis momentos de felicidad. Aun así, algunos tal vez los hubiese evitado. Otros, sencillamente, los hubiera cometido mejor. Sin dejar evidencias, por ejemplo.
Del dinero lo único que lamento es no tener lo suficiente para que todos podamos usarlo como un medio para ser feliz, jamás como un fin. Pues, como me enseñó Alberto Cortez, el dinero solo compra lo barato. Siempre se los digo.
De mi familia, de ninguno guardo queja. Siempre han estado ahí para mí sin ni siquiera juzgarme. Igual mis amigos. Son pocos, pero son reales. A ninguno los menciono aquí, pero cada uno y una sabe quién es, cómo los amo y lo lindo que resulta para mí contar con ustedes. Y amarlos.
Y si algo hice por cualquiera de ustedes lo hice con el corazón. Y poner el corazón en cada gesto es algo que les debo yo a ustedes, que con su entrega y correspondencia me lo inspiraron. Y no ustedes quienes me lo deban a mí, más allá de seguir siendo sinceros y reales.
Y si alguno me falló, ni siquiera lo recuerdo. Y si a alguno le fallé, incluso con no ser ese hombre que en algún momento ustedes pensaron que sería, sean indulgentes. Después de todo, algo he de merecerme.
La única queja que tengo del amor es las veces que no he sido lo suficientemente valiente para defenderlo. A las mujeres que me permitieron amarlas, les agradezco infinitamente la oportunidad que me dieron. Cometí mis errores, es cierto, pero estoy seguro de haberles enseñado el camino de ser verdaderamente amadas y correspondidas. Jamás permitan que ningún otro las ame menos de lo que yo les enseñé a amarse a ustedes mismas. Porque ya ustedes saben que jamás ninguno como yo. Naturalmente, sin cometer el pecado del orgullo y la vanidad.
Diría que mis hijos son mi mayor orgullo, pero aún los sigo manteniendo. Pero sí sé que yo estoy orgulloso por ser su padre. Espero que hagan como yo, que tengo lo mejor de mi madre y rechacé, también como un homenaje a ella, lo peor que le haya conocido.
Si volviera a nacer y pudiera elegir, elegiría ser hijo de mi madre y de mi padre. Hermano de mis hermanos y hermanas, incluso aquellos y aquellas que lo son sin ser de sangre. También elegiría ser el padre de los hijos que tengo ahora. Y a cada uno de mis amigos los elegiría sin dudarlo.
También elegiría la música que hoy me gusta, sobre todo a Silvio Rodríguez, a Joaquín Sabina, a Joan Manuel Serrat, a Milanés y a Kany García. E, indudablemente, volvería a elegir la versión de “Y sin embargo” de Serrat y Sabina. Y también “te quiero” en vivo, en versión de Lolita y El Cigala sobre cualquier otra música, pero sin renegar de ninguna: a Rochy hay que darle su banda.
Y, de verdad lo digo, elegiría de nuevo a la poesía como el mejor medio de existir y de ser realmente humano. Y también de amar, y dejar constancia de cuanto he sido.
A mis muertos, perdónenme el jamás volver al cementerio. Algún día, hasta sin proponérmelo, estaré frente a ustedes.
Y a mi abuela, la mujer que mejor y más me ha querido, perdóname por desear que descansaras eternamente aquel Jueves Corpus. Llorarte fue mejor que verte consumirte en esa cama. Pero te agradezco que el domingo siguiente me hayas complacido.
Mi mayor orgullo de ese dolor fue haberte puesto la última ropa que llevarías, salvando así tú dignidad y tu vergüenza que tanto cuidaste. Yo fui el único hombre que te vio. Puedes descansar en paz. Y tú sabes que jamás te iba a ir a enterrar, así que mi ausencia no me apena.
No puedo terminar estas líneas que ninguno me ha pedido, pero que de alguna forma necesitaba, sin agradecerles a todos y todas por ser parte de mí vida y hacerme una mejor persona. Gracias a todos los que por algún u otro medio me demostraron cuanto me tienen presente.
Y mucho menos puedo terminar sin pedirles perdón por mí egoísmo y sin hacer varias confesiones importantes:
1. Siempre entregué mi corazón. Pero siempre tendrá una sola dueña. Y si no pongo aquí su nombre, ella sabe las razones. Pero también sabrá reconocerse y estar segura. (A las que no pude amar, que me perdonen. Han de reconocer que fui sincero).
2. La canción que mejor me define como hombre es “Sé que bebo, sé que fumo” del Inmenso Nicolás Di Bari.
3. La música alta es la única que disfruto.
4. Amo la cerveza y el café.
5. Nunca le he pagado a una mujer para estar conmigo. Porque entonces siento que no lo merecería. Con amor, o mejor nada.
Gracias Ramoné por ser la mejor madre que me dio la vida, por esconder mis lágrimas y por tus oraciones.