Si hay algo que nos identifica como buenos dominicanos, además de ser alegres, es ser hospitalario con todo el mundo. Esto, entre muchísimas cosas más, se ponen de manifiesto en la casi totalidad de nuestra gente, dentro y fuera de la media isla caribeña.
A través de los años, en diversas situaciones y en cualquier terreno, los dominicanos solemos ser así, alegres y serviciales, a pesar de los cambios sociales que ha venido “sufriendo” la humanidad, donde los valores se han invertido, y no precisamente en una cuenta de banco; se han distorsionado, en la clásica cultura generalizada de que todo es relativo y circunstancial.
A esto de hospitalario y servicial, podríamos añadirle en ese mismo tenor, el hecho de que nosotros, los criollos, también nos destacamos en ser entes sociales que apoyamos, ayudamos, asumimos el problema ajeno como nuestro; en otras palabras, somos solidarios. Y la historia reciente no nos deja mentir, cuando otros países han necesitado de nuestro desprendimiento.
Ante un mundo convulsionado, se hace cada vez más urgente personas de bien, que incondicionalmente, nos mostremos abiertos, dispuestos a colaborar con las causas nobles.
Tanto los que vivimos en la diáspora, con la limitante de la distancia y en el caso de Europa las 5 horas de diferencia en invierno y 6 en verano, así como los que siguen haciendo vida dentro de los 48 mil 670 kilómetros cuadrados de la media isla de la Hispaniola, estamos interpelados por la actual situación mundial, a ser portadores de un mensaje de solidaridad con nuestros semejantes, nuestros vecinos, nuestros visitantes, nuestros anfitriones, nuestros “extraños”. Un mensaje que pase de la palabra a los hechos concretos, reflejados en constantes gestos de ayuda, cooperación, auxilio.
Los dominicanos en el extranjero debemos de ser una sola fuerza, concatenada por la unidad; enlazada por una hermandad real, por ser hijos de una misma nación, con iguales rasgos generales de cultura e historia, sentimiento e ideal, una misma alegría, fe, anhelos.
Y ese mismo sentir transmitirlo a aquellos hermanos de otras naciones que necesitan de nosotros.
Pero los dominicanos que permanecen arraigados en la patria de todos, también estamos llamados a ser una sola familia para enfrentar a las situaciones difíciles por la que atraviesa la nación, desde corrupción e impunidad, desempleo, inseguridad, alto costo de la vida, altos niveles de violencia. Ser un solo pueblo, sin que las diferencias de ideología, credo, estatus, impidan ese engranaje, por el que lucharon nuestros padres fundadores.
Y al lograr la unidad fraternal de los dominicanos de aquí, de allá y de todas las latitudes del planeta, ser una sola nación, dispuesta a colaborar en lo más mínimo, o involucrarnos en los grandes cambios que necesitamos como país, y como sociedad dentro de la sociedad.
Para ello, se necesita de preparación, de organización; pero, sobre todo de la decisión, y aún más, de ese sentir por el otro, de ser “cirineos en el dolor ajeno”, no con la demagogia de muchos, sino con el verdadero sentimiento de ayudar al otro a salir de sus situaciones de miseria y exclusión; se necesita que la República Dominicana, donde quiera que sea representada, seamos una patria altamente solidaria.
Antonio Gómez Peña
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