Por NESTOR ESTEVEZ
EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.
Hace poco más de medio siglo que surgió la expresión «aldea global». Cuentan que el primero en usarla fue el filósofo canadiense Marshall McLuhan, en su obra «Understanding Media: The Extensions of Man«, en 1964.
Con la expresión, McLuhan procuraba describir cómo los avances en los medios de comunicación y la tecnología estaban acortando las distancias y conectando a las personas de todo el mundo, creando una sensación de comunidad global.
Para el común de la gente, los teléfonos móviles y ni decir de las omnipresentes redes sociales virtuales, eran algo ni siquiera imaginable. Así, la tecnología fue usada para ir transformando hábitos hasta volvernos cada vez más dependientes de ella y, en consecuencia, de quienes hacen negocio con la misma.
Y muy cierto es que, como sugiriera McLuhan con sus estudios y planteamientos, a medida que nos volvemos cada vez más interconectados, el mundo se está volviendo más pequeño y más interdependiente. Solo que, esa interdependencia no ha logrado que se avance de manera equilibrada.
Cada vez es más que evidente el desequilibrio entre quienes tienen en la tecnología, un medio para generar y acumular riquezas, frente a quienes ni siquiera han logrado resolver necesidades básicas, mucho menos las que son “creadas” por la propia dinámica del mercado de la tecnología.
Y todavía más, las escasas posibilidades de quienes tienen menos acceso al uso de tecnología, generalmente se limitan a entrar en contacto con ese mundo irreal que se promueve a través de los cada vez más abundantes y falaces medios “novedosos” de comunicación.
Desde la inmensa cantidad de mensajes engañosos hasta la falsa idea de que “la felicidad vive” en determinadas partes del mundo, junto a las ilusiones de “hacer dinero rápido”, son acicates para gente incauta que opta por las tristemente famosas “vueltas”.
De muy poco han servido llamados como el del papa Francisco, quien recientemente ha gritado sin que nadie parezca escuchar: “El Mediterráneo es un cementerio. Pero no el más grande; el cementerio más grande es el norte de África”. Así dijo el jesuita argentino, según declaraciones recogidas por algunos medios el recién pasado agosto.
En el Nuevo Mundo, en dos países que suelen ser tomados como puente por quienes se arriesgan a la “vuelta por Colombia”, los presidentes Laurentino Cortizo y Rodrigo Chaves, de Panamá y de Costa Rica, respectivamente, recorrieron hasta llegar a un punto desde donde se puede observar la llegada de miles de migrantes en canoas que atraviesan el Darién.
Se dice que, en los primeros nueve meses de este año, con el propósito de llegar a Estados Unidos, han transitado por el Parque Nacional de Darién más de 400 mil personas. Se estima que al final de 2023 podría hablarse de medio millón.
En República Dominicana, aunque la inmigración ha venido aumentando de manera sostenida, según cifras oficiales, durante las últimas décadas, la cantidad de dominicanos que optan por “mejor vida” en otras tierras supera con creces a quienes llegan.
Según datos de la División de Poblaciones de las Naciones Unidas, citados por el Instituto Nacional de las Migraciones, en 1990 inmigraron 291 mil personas a República Dominicana, mientras 458 mil compatriotas decidieron buscar otros lares. En 2020, refieren las entidades, inmigraron 603 mil, en tanto que un millón 608 mil se marcharon en busca de mejor vida.
La concentración de riqueza y la expansión de la pobreza siguen amenazando la sostenibilidad de esquemas que no nos llevan a nada bueno. Algunas preguntas pueden ayudarnos a entender.
Cuando lees eso de “conciliar el crecimiento económico, el equilibrio medioambiental y el progreso social, garantizando que todas las personas tengan las mismas oportunidades y puedan llevar una vida mejor sin comprometer el planeta”, como gran propósito de los denominados ODS, ¿qué pasa por tu mente?
¿Qué pasa con el liderazgo mundial? ¿En qué centran sus acciones los líderes de las naciones? ¿Qué rol ha asumido el sector privado? ¿Cuáles aportes defiende la intelectualidad? ¿Quién está asumiendo lo que le corresponde y motivando la integración de las otras partes?
Hasta ahora, en las zonas en desventaja se está aplicando lo de que “cualquiera por su mejoría hasta su casa dejaría”. ¿Qué pasaría en la aldea si se sigue atentando contra la sostenibilidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario