Por Farid Kury
Miguel Solano y yo somos viejos amigos. Amigos de verdad. Amigos en todos los tiempos y circunstancias. En la abundancia y en la escasez. Nos conocimos a principio de los ochenta en los avatares de aquel PLD, y desde entonces nos ha tocado librar grandes jornadas juntos.
Solano fue la persona que en 1989 me presentó al profesor Leonel Fernández. Aunque todos en el PLD conocíamos a Leonel, pocos tenían los vínculos de Solano con él. Nos hicimos amigos y en ocasiones compartimos juntos los tres.
En 1994 Solano fue del equipo que apoyó a Leonel para la vicepresidencia. Estaba en Boston y tan pronto supo que Leonel había sido seleccionado como precandidato vicepresidencial voló para acá, abandonando su casa y sus empresas, y no se marchó hasta que no terminó el proceso, no sin antes decirnos, a mí y a Leonel, que el próximo candidato presidencial del PLD no debía ser otro que Leonel Fernández. Fue el primero que vio y habló de esa posibilidad. Sí, así como lo escribí: el primero.
Cuando se firmó el Pacto por la Democracia, que acortaba el período presidencial del doctor Joaquín Balaguer en dos años, y se vio que habrá elecciones presidenciales en 1996, preparó sus maletas para regresar a apoyar a su amigo Leonel.
Efectivamente, semanas antes de iniciarse el proceso comicial interno ya estaba aquí. En esa jornada donde Leonel venció abrumadoramente a los históricos y respetados Norge Botello y Euclides Gutiérrez Felix, Solano fue una importante pieza. Formó parte del llamado equipo estratégico de esa precampaña. Yo, por diligencias suya y por mi amistad con Leonel, me integré al equipo que anduvo por todo el país y las seccionales de Puerto Rico y Nueva York. Días de glorias y alegrías fueron aquellos. Eramos amigos del mejor candidato, que a su vez era un hombre afable, muy talentoso y decente.
Contra muchos incrédulos ganamos las elecciones. Yo fui designado gobernador civil de Hato Mayor. Pude haber conseguido otro cargo mucho mejor, pero entonces eramos ingenuos y ni siquiera conocíamos el organigrama del Estado. Nuestra vocación no era lidiar con la burocracia del Estado. Nuestra vocación era revolucionaria, no política. Así que daba igual el cargo que sea. Sé que eso cambió radicalmente. Pero entonces así eran las cosas.
Solano no fue nombrado, y debió serlo, en una Secretaría de Estado ni en una Dirección General. Pero aquello no generó disgusto en Solano ni en sus amigos, aunque hoy, décadas después, y viendo como a cualquier advenedizo y sin méritos, les daban ministerios, no me cabe ninguna duda de que con Miguel Solano se cometió una injusticia inaceptable e injustificable. Su amistad con Leonel, su integración, su talento y su honradez, debieron ser razones para un mejor trato. Hombres del temperamento y el carácter de Miguel Solano se designan en una posicion de primer nivel o se quedan en la casa. Pero no son segundos de nadie.
Fue designado como Subsecretario Técnico de la Presidencia. Y creo que no llegó a cobrar ni una vez. ¿Lo pueden creer? En el mismo septiembre sorprendió al país con su denuncia de que desde la Secretaría Administrativa de la Presidencia, dirigida por el Ing. Diandino Peña, se habían cometido, si no actos de corrupción sí irregularidades, en la compra de unas yipetas.
Aquello fue un terremoto. Yo mismo lo llamé y le manifesté mi desacuerdo. Pero al margen de si debió o no hacer la denuncia públicamente, en verdad tampoco se trataba de una cosa del otro mundo. Con el tiempo todos hemos visto a altos dirigentes y funcionarios del PLD acusar, con el mayor desparpajo, a otros dirigentes de corrupción sin que les cause nada, a ellos ni a los denunciados. Lo que con Solano causó escándalo luego se convirtió en la norma.
El presidente se sintió lastimado y perturbado. Pensó que esa denuncia dañaba su incipiente gobierno. Herido, procedió sin más, a cancelar a su amigo. Incluso, él que no es dado a la altanería, cuando los periodistas le preguntaron su opinión, dijo: «Yo hablo por decreto».
Cierto, los presidentes cuando quieren hablar por decreto hablan por decreto, y cuando no quieren hablar por decreto sencillamente buscan la forma de no hacerlo. Mil camino hay de no hacerlo y quedar bien. En ese caso estaba claro que el profesor quería hablar por decreto. Solo que no había razón alguna para hablar por decreto. Con el devenir de los años muchas veces hubo la necesidad de hablar por decreto y no se hizo.
Cuando Solano supo de su destitución no sé que pensó ni que sintió. A mí sí me dolió. El se limitó a recoger su bulto, sus papeles y se marchó. Saliendo de su oficina, los periodistas lo abordaron. Se detuvo, pensó un poco y soltó esa profesía: «Empezamos mal. Triunfó la corrupción».
Ahí, a mi ver, estuvo la raíz de muchos males posteriores. Ahí quedó inaugurada la doctrina de que el mal no está en el acto, sino en quien denuncia el acto. Quedó claro que quien se atreviera a denunciar quedaba fuera de la gracia del Señor, y eso nadie lo quiere. La señal quedó clara: ver, callar y permanecer.
Solano no podía hablar por decreto, aunque sí podía hablar, y habló, con la voz de la verdad y el valor de la honradez.
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