EDITORIAL
Asesinato a sangre fría o a mansalva, este ha sido el caso
del horrendo asesinato del joven Antonio Reyes en la provincia de Sánchez
Ramírez, cuando este se encontraba en una acción supuestamente de secuestro a
una joven madre y de su pequeño hijo.
El simple hecho de que un militar tomase los hábitos de un
religioso para cometer el hecho de sangre, es una barbaridad, pues se debe
suponer, que cuando un ser humano pide la presencia de un religioso para hacer
una confesión es algo sagrado, y como tal debe respetarse.
En este caso, tanto el militar asesino, así como el religioso
que prestó su indumentaria clerical deben ser juzgado como tales, ya que en
materia penal, culpable de un crimen son aquellos que los cometen, así como
quienes se hacen cómplices, y en este caso si lo hubo.
La iglesia católica debe dar la cara y llevar a cabo una
exhaustiva investigación al respecto para determinar si el cura tenía conocimiento de las
intenciones del militar que cometió el crimen.
Los crímenes, crímenes son y como tal se deben considerar,
oficialmente el cardenal no se ha pronunciado, aún sabiendo que se ha cometido
un asesinato en nombre de la iglesia el templo sagrado de Dios, el Dios que
debe ser justiciero.
Antonio Reyes, este pecador humano pidió la participación de
un representante de Dios en la tierra, quien sabe si arrepentido de sus actos
quiso confesarse, deponer de su actitud, pero le robaron la oportunidad.
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