Las lágrimas negras de septiembre
invaden los tejados rojizos de la ciudad,
con sus cuerpos oxidados
agrietados por el tiempo
y los sueños que yacen en el pavimento
donde crecen los nenes que jamás serán
como nosotros en otro septiembre.
Septiembre,
con sus lágrimas negras,
cae ligero sobre los faroles enmudecidos
que agonizan en la noche sin fin
que no nos conoce
ni se olvida de azotarnos
para enseñarnos que este septiembre
es solo nuestro
y que sus lágrimas
negras,
rojizas,
oxidadas,
son la única evidencia de un septiembre
ya muerto.
Neo Carmona
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