Por Eramis Cruz
A pesar de que nacemos desnudos, al llegar hemos encontrado que todo
estaba hecho, un espacio que hizo posible el primer respiro, llámese a éste
Jardín del Edén o Paraíso Terrenal.
Definitivamente, no hemos inventado nada, mejor es decir que con la existencia
descubrimos lo necesario y de esto, para bien o para mal, transformamos
lo conveniente. Desde antes de nacer comenzamos a auto educarnos
pero luego caemos bajo el control de la domesticación. Se trata de un proceso
mediante el cual somos sometidos a las condiciones estructurales y jurídicas
capaces de doblegar el libre albedrío.
El mundo, contrario a las sujeciones de la superstición y los dictámenes de
la profecía, todavía es muy joven, y de ser cierto que puede acabarse un día,
será solamente para ciertas formas de vida especialmente la humana y con ella
las víctimas de su depredación (oxigeno, terreno cultivable, agua potable, plantas
y animales).
Nos podremos ser considerados “animales civilizados” hasta tanto no nos
eduquemos a tal grado de sensibilidad capaz de hacernos comprender que no
tenemos derecho a destruir lo que no hemos creado, especialmente por
tratarse de cuanto es necesario para prolongar la vida y elevar su esencialidad.
La idea de un Dios que condena versus uno que salva o libera solamente
contribuye con las contradicciones absurdas en vez del mandamiento del amor
a cuanto existe fuera del egocentrismo que nos amilana.
Todos podemos cambiar pero solamente en la medida en la que somos capaces
de vernos de manera critica o consciente en relación con el noble objetivo
de vivir por un mundo mejor.
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