El primer ministro de Israel ha firmado la hoja de ruta para Gaza de Trump porque estaba presionado por la comunidad internacional y las familias de los rehenes. Sin embargo, ya reniega de compromisos para el futuro. El armisticio peligra
La que cierra ha sido una semana de intensas emociones, gracias a la firma del alto el fuego entre Israel y Hamás y a la implementación de la primera fase del acuerdo de pacificación de Gaza: los rehenes vivos han vuelto a casa, los muertos están siendo entregados, hay casi 2.000 presos palestinos en libertad y ha empezado a entrar ayuda humanitaria en la franja. Hay muchos peros: ni se han localizado todos los cuerpos, ni está entrando el alimento prometido, ni Israel se ha abstenido de disparar contra civiles, ni Hamás está sabiendo calmar a las milicias internas que han resurgido… Siempre se ha dicho que los palestinos están enfermos de esperanza y, por una vez, se la han contagiado al mundo, deseoso de que este conflicto se cierre.
El problema es que los 20 puntos planteados por el presidente de Estados Unido, Donald Trump, hay disposiciones que apuntan a una segunda fase (y posteriores, si se llega) de enorme complejidad: cómo abordar la gobernanza de Gaza, el desarme de Hamás, el fin de la guerra y la retirada completa. Todo se ve turbio hoy, porque pesa la casi certeza, si nos atenemos a treguas pasadas, de que hay enormes oportunidades para que cualquiera de las partes torpedee todo el proceso. No hay más que ver lo ocurrido en las últimas horas: esta mañana, soldados de Israel han chocado con milicianos de Hamás en el sur de la franja, Tel Aviv ha ordenado atacar objetivos «terroristas» en su interior, al cierre de esta edición se contabilizan ya 32 muertos más y hay cerrojazo a la ayuda humanitaria desde Rafah, absolutamente vital.
La cuestión inmediata no es sólo si el acuerdo es justo o satisface las necesidades de las diferentes partes (spoiler: desde luego que no para los palestinos), sino si puede aplicarse y servir como un marco viable. Si había dudas serias cuando hace unos días todo eran apretones de manos y fotos de familia, hoy son de una profundidad que parece insalvable. El Ejército israelí ha afirmado esta noche que, pese a todo, ha «reanudado la aplicación del alto el fuego» en Gaza, mientras que una delegación de Hamás ha acudido a El Cairo para seguir revisando la aplicación de los siguientes puntos del acuerdo. Otra vez en aliento del mundo contenido.
Uno de los actores principales que tienen que retratarse o romper tras lo firmado es el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, un señor sobre el que pesa una orden la Corte Penal Internacional (CPI) de detención por supuestos crímenes de les humanidad y de guerra. La verdad es que el plan contiene declaraciones raramente escuchadas del premier, como que Israel no ocupará ni se anexionará Gaza, que se retirará por etapas totalmente, que permitirá la entrada de ayuda humanitaria y que las organizaciones internacionales podrán distribuir dicha ayuda sin interferencias ni vetos. También estipula que los gazatíes no serán expulsados, sino que se les permitirá salir si así lo desean, e incluso podrán regresar, y se cita la posibilidad abierta de crear un Estado palestino de pleno derecho. Y, sin embargo, en los días posteriores a las ceremonias y bienvenidas, Netanyahu ya está renegando de esos compromisos. De palabra y de obra.
Dice el líder del Likud que estamos ante un «éxito diplomático» y una «victoria moral» de Israel, pero que no se va a detener hasta que «todos sus objetivos» estén logrados. Además de recuperar a los secuestrados, él añadía siempre el fin de Hamás y el establecimiento de una Gaza que no fuera una amenaza para su país. Sus socios ultranacionalistas y religiosos le dicen que acabe el trabajo, o sea, que rompa ya ya con el acuerdo, ahora que no hay rehenes vivos en suelo palestino. Amenaza a Hamás con volver a las armas si el cumplimiento del acuerdo no le satisface, como está pasando con los cadáveres: los islamistas dicen que no pueden localizar los restos de todos por la destrucción de la zona, así que va entregándolos en un lento y confuso goteo, y Netanyahu les amenaza: si no es de forma voluntaria, se los sacarán «por las buenas o por las malas».
Fuente: HUFFPOST
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