Palabras de Rafael Peralta Romero sobre el libro Los
cuentos de Juan Carabú, de Miguel Solano, en la presentación efectuada en la Academia Dominicana de la Lengua, el 11-07-2017.
Los cuentos de
Juan Carabú
Cuando se decide
escribir una obra narrativa (novela, cuento, relato) generalmente se ha partido
de un tema que llamó la atención y marcó el sentimiento del autor. De inmediato
tenemos que pensar en los personajes que llevarán a cabo las acciones que se van a desarrollar
para contar la historia.
En el caso de Miguel
Solano, parece que este autor guarda los personajes en algún rincón de la
conciencia para ir sacándolos en la medida en que los hechos
se lo demanden, como hace un artesano que manufactura un objeto material y va empleando cada pieza en el momento preciso.
Los cuentos de
Juan Carabú, obviamente que un libro de cuentos, son ejemplo de lo que acabo de
expresar. Diecisiete textos componen el
volumen y en cada uno de ellos aparece
el personaje Juan Carabú, aunque varíe de roles y características de un relato
a otro. Es generalmente quien relata los
hechos.
Este personaje ha comenzado a formarse desde que el autor sintió el primer flechado para la concepción de este
libro, pues aunque es generalizado
que los cuentos que formarán un libro se
conciban y sean paridos en momentos diferentes,
en este se trata de un parto múltiple, porque el autor ha imaginado este conjunto de relatos para un libro específico en el que persistirá un personaje central.
Los demás personajes ayudarán a la realización de las acciones
necesarias para el desarrollo de la trama en cada cuento.
¿De dónde salen los
personajes de un cuento? Salen de la
vida humana (oficinas, fincas, playas, iglesias, empresas, hogares, tabernas,
calles, caminos, talleres, hospitales, sobre todo manicomios, cárceles...) Los de Solano no tienen por qué ser la
excepción.
Solano capta historias
que pululan en el perímetro urbano (condominios, jardines, cuarteles, burdeles
o calles) así como en el ámbito rural (bosques, bateyes, carreteras, caminos o
pequeños pueblos).
Para el narrador que
cuenta historias de carácter humano, con predominio de lo social, los personajes
son como las personas, pero con los rasgos más acentuados. Los gestos con que
apoyan las conversaciones, sus expresiones y sus actitudes sicológicas
caracterizan a un personaje, y he podido observar que en el libro de Solano esto se puede señalar como un notable acierto.
Sus cuentos son
realistas, pero en ellos tienen cabida hechos protagonizados por perros, y por
igual otros realizados por elementos morales, entes abstractos, que actúan como personajes. Veamos este ejemplo:
“Erase una vez
una gran Quisqueya donde vivían todos los sentimientos: la Alegría, la
Tristeza, la Vanidad, la Sabiduría, el Amor y otros, hasta un Sueño Feliz
habitaba allí como una primavera…”. (Pág. 40).
Es frecuente la
presencia de animales (perros, gallinas…) como de otros seres de la naturaleza, árboles, por ejemplo,
que tienen vida propia y participación
en las tramas de estos cuentos. En lo que respecta a la actuación de los
perros, vale observar el cuento “Los hijos Chivirica”, el primero del volumen,
en el que los protagonistas, además de Juan Carabú son ejemplares caninos:
“Todos los
días, a la hora en que su hija fue asesinada, Chivirica se paraba en el lugar
donde su amada encontró la muerte y miraba a ambos lados para ver si algún
vehículo la ayudaba a conseguir un retiro temprano. En varias ocasiones lo
intentó, pero los choferes, como un raro milagro, esquivaron el golpe evitando
el suicidio”. (pág. 34).
Las gallinas aparecen
perfectamente humanizadas, conviven con las rosas, que también adquieren esa
condición, y el autor se vale de las
aves para resaltar un peculiar detalle
de aberración sexual:
“Y la gallina,
después de penetrarla, la encontré muerta debajo de mata de rosas. ¿La mató su
esperma? O, después de contarles a las rosas la historia de su vida, el momento
dramático que había suspirado, la mató el recuerdo del encanto…” (pág. 43).
Me parece que Solano
es un cuentista natural que cuenta historias a partir de lo ocurrido en su
entorno y no muestra rubor para incluir
a su propia gente en los relatos. A menudo
él también aparece en sus cuentos, incluso con burlas de sí
mismo, cual si fuese discípulo de su tocayo Cervantes.
“Sin embargo,
tengo tres divorcios; sé que llegaré al cuarto. De mi primera mujer no sé la razón por la cual me separé,
era hermosísima, una maldita negra con un cuerpo cuya entrega hacía estremecer
el alma como lo hacen las nubes cargadas de agua cuando chocan y se derraman.
Creo que el bendito divorcio lo trajo la posibilidad de ver mi destino ligado al suyo, pero esa es solo
una hipótesis y de ahí nunca he podido pasar”. (pág. 51).
El personaje Juan
Carabú narra en primera persona y me luce que los lectores lo asociarán con
Solano, pues a este autor le interesa poco, si es que acaso le interesa, que lo
diferencien de sus personajes, sobre todo del principal.
“Lo pensó un
rato. Quizás miró dentro de su vida pasada, y me apuntó:
-Tenéis razón,
Juan Carabú…Por ahora seré el esposo de las circunstancias”. (pág. 53).
Hay una historia, cruel y absurda, en la que tal
vez no quiera Solano que lo identifiquen con Juan Carabú, esto por el papel que juega este en el cuento “La
limpieza de la Isabela”. Solano se ha valido sabiamente de una anécdota ocurrida en la aldea de La Isabela, en el
norte de nuestra isla, fundada por Cristóbal Colón el l0
de diciembre de 1493. Cuentan que una
comisión enviada por el gobierno español vendría al país para visitar aquel
sitio, y para tal efecto el dictador
Rafael Trujillo ordenó acicalar el área.
Una autoridad local se proveyó de equipos y herramientas, incluidos tractores,
y destruyó todo lo que había en la que
se pretendió fuera la primera ciudad del Nuevo Mundo.
En la visión del cuentista, esa autoridad la representó Juan
Carabú, quien, de acuerdo a lo contado por Solano:
“Buscó los mejores
tractores, los más poderosos buldóceres que pudo encontrar y los puso a
trabajar día y noche, hasta que no quedó ni una sola piedra sobre otra. Cuando
la Comisión llegó, Juan Carabú fue a recogerla y tal como era su desesperación
la llevó directamente a ver La Isabela. Al desmontarse del vehículo, con un
corazón que latía a más de cien veces por minuto, el arqueólogo
jefe de la misión, le preguntó:
-¿Y dónde está la
ciudad?
-¿Cuál ciudad?
–preguntó Juan Carabú.
-La Isabela, la ciudad
que estaba aquí, le aclaró el arqueólogo.
-La orden que me dio el
Jefe fue muy clara: él me dijo que limpiara esto”. (pág. 60).
Fuera o no la
intención de Solano, este pasaje es una elocuente figuración del pernicioso dominio
del dictador sobre la conciencia de los dominicanos.
Dice Solano, y ustedes
sabrán si creerle o no creerle, pues se trata de un cuentista, que durante la primera ocupación gringa, en
1916, los campesinos que huían de la persecución crearon una canción para identificar a quienes se acercaban a ellos. Si quienes
venían eran los rebeldes, llamados despectivamente gavilleros, se cantaba:
“Juan Carabú, Juan Carabú, apaga la vela y enciende la luz”. Pero si por el
contrario, quienes se aproximaban eran los invasores, la letrilla variaba de
este modo: “Juan Carabú, Juan Carabú,
enciende la vela y apaga la luz”.
La interpretación de
Solano es que encender la luz ante la presencia de los alzados era señal de que se acercaba la esperanza de la
libertad. En el libro ofrece suficientes referencias a la libertad.
Paralelamente con todo
esto, en el libro se ciernen los detalles de un erotismo, a veces crudo, a
veces bien cocido y aderezado de poesía:
“De lo que pasó con aquella mujer,
una verdadera mujerona, no puedo hablarles porque yo no tenía conciencia de lo
que significaba aquella erección, pero
lo que sí puedo asegurarles es que nunca
en la vida he tenido una erección sin
que el maravilloso cuerpo de aquella mujer llegue a mi memoria; y llega sin
cambio alguno, intacto, llegan esas nalgas sostenidas por unas piernas de corredora
salvaje y esos pechos que dejaban caer agua como si fuesen un manantial
inagotable”. (pág. 77).
Otra forma de exponer
el erotismo aparece en este segmento:
“Tomó mi
rostro entre sus manos y lentamente, como para sentir cada vibración de mi
cuerpo, fue acercando sus labios, me entregó la suma de todos los goces y me
dejó el alma vacía; esa mujer tomó mis labios, me contó sus fantasías y me esperanzó”. (pág. 79).
Junto a un notorio
desfile de ensueños sexuales y la referencia a hechos políticos de la
actualidad dominicana, se cuenta el extraño nacimiento de Miguel Solano, en un
camión de volteo que llegó a Miches en ruta hacia Sabana Grande de Boyá. El
texto se titula “Delirio” y en él se recoge una fina mixtura de realidad y
fantasía y queda demostrado un desenfado narrativo que en Miguel Solano resulta nada extraño.
Este cuento, bien
pulido y apegado a la ortodoxia del género,
refiere que tras nacer muerto, la
madre y el chofer le llevaron el niño a su padre, el patriarca Don Solano, en
el batey San Miguel, y este mandó un empleado de la hacienda que lo enterrara. Veamos una breve muestra:
“Alejandrito
me echó en las valijas de su caballo y partió, rumbo este, hacia el río Anamá:
cruzaría el río y me enterraría del otro lado. Cuando viene de regreso, al
cruzar el río, escucha los gritos del niño, se detiene, piensa que está ilusionando, pero se dirige hacia los gritos y allí, debajo de una mata
de guanábana, está el niño responsable de los gritos, juega con su sonrisa. Me
examina, estoy bien, me toma en sus brazos, me coloca de nuevo en las valijas y
emprende viaje hacia San Miguel” (pág. 98)
Con este libro queda demostrado que Solano es un cuentista
nato, que inventa los cuentos en cualquiera circunstancia, o capta mitos y
ocurrencias que le circundan para hacer
con estos materiales piezas de literatura como son “Los cuentos de Juan
Carabú”.
Son ficciones alimentadas
por la tradición cultural y popular,
aunque basadas en el modo universal de escribir cuentos, un género muy antiguo
y que ha estado presente en todas las culturas.
No obstante la
naturalidad y espontaneidad de sus historias, Solano conforma sus personajes de manera
profesional, sacando de ellos el provecho
que necesita para que el cuento resulte eficaz. Me corresponde la
satisfacción de dar la bienvenida a esta nueva obra que, vislumbro, los
lectores de cuentos sabrán agradecer.