Todo había sido meticulosamente preparado. Fue un día maravilloso, la 
primera invitada se comportó más bien de lo esperado, me refiero a la 
naturaleza. El sol fue como un complemento con sus rayos reflejados en la superficie de la tranquila corriente del río del Este. Al otro 
lado se divisa la ciudad con sus edificios sembrados sobre las sólidas rocas, 
pero al echar la mirada al final de un semicírculo se reflejaba el reverbero que 
hacía majestuosa las imponentes figuras de los dos puentes que amurallaban el 
lugar. Nos recordaban que estábamos agregando una rendija a la 
historia. 
Cuando hay lagrimas en medio de la alegría resurgen las emociones y los 
destellos de la sinceridad. Realmente nos conmovieron sus palabras ante un juez 
y una Biblia.El lazo que une sus cabos adhiere también la esperanza de dos 
familias que bautizan una relación.
Hace un año que nació Samía tan parecida a uno como al otro, con la 
excepción de su mirada escudriñadora, te mira como si estuviera descifrando el 
cuadro original de la Monalisa. La pequeña me recuerda que mi hija Claritza es 
la única que advierte mi extremado carácter introvertido, aveces tengo  que 
repetirle lo que me dijo para asegurarle que la escuché y aún así no siempre 
logro despejar sus dudas.
El evento nupcial estuvo contenido en una estancia de buenos augurios. 
De ahí nació la idea de celebrar las bodas en la cercanía del Brooklyn Bridge, 
un lugar de calles empedradas y tramos asfaltados. A la ribera  se tiene como 
observador la imagen azulada del puente Manhattan.
No sé cómo lo hice pero sin saberlo elegí el mismo traje y del color 
perfecto de los bestmen incluyendo el color de la corbata que vino coincidir con 
el de los atuendos de las damas de honor.
Según me contaron, la historia no comenzó como el cuento de Blanca 
Nieve ni el de la Bella Durmiente, es difícil conseguir enanos en la ciudad de 
Nueva York, al menos que sean espirituales, además a Claritza siempre le ha 
gustado llevar bien puestas sus zapatillas; se trataba de dos jóvenes afines con 
respecto a química y quimera.
Al término de sus estudios coincidieron en el mismo departamento para 
hacer sus pasantías, Claritza feliz por terminarla y Steven excitado por 
comenzarla, día viernes, ultimo de trabajo para ella, él sabe que no tiene mucho 
tiempo y el amor de su vida se escapará como avecilla que desaparece con vuelo 
ligero al menos que manifieste el escondrijo de su secreto. Dicen que nada 
ocurre por casualidad sino por causalidad, una mirada a los ojos o una sonrisa 
amplia y franca o simplemente la percepción de lo que agrada.
Todo un día dándole sentido a los monosílabos y al final media hora 
para apuntalar los años, sin saberlo, él fue oportuno y ella receptiva a un 
joven que comprobó ser hombre integro en lo que hace y certero en lo que 
piensa.
Al final terminaron haciendo la misma caminata que me gustaba recorrer 
a la hora del almuerzo junto a la multitud de turistas y mirando los cables de 
acero de esa maravilla del siglo que se llama Brooklyn Bridge.
Ningún familiar o amigo faltó a la cita, ni de una parte ni de la otra. 
Los fotógrafos parecían franco tiradores   apostados en las equinas del salón o 
aparecían por donde menos se les esperaba. La comida variada y ligera, la 
bebida, exquisita la bebida del bar abierto y el pastel al gusto del paladar. 
Aquel lugar de estilo antiguo resultó ideal para la ocasión, todos parecían 
actores y de hecho los eran, incluyendo a los novios, que continuarían su obra 
inclusive después del cierre de aquel teatro de la vida.
La tarde se enamora del color gris que decora la lejanía, que define la 
distancia hacia el norte. Nada mejor que un puente, y esta vez eran dos, para 
simbolizar la unidad de dos seres enamorados, casi a primera vista, si no 
hubiese sido por la timidez de la joven desde su cubículo. Espero que sigan 
adelante. y que vivan cada día como el mejor de todos. ¿Quién no lo haría con un 
angelito como mi Samía?
Por Eramis Cruz
 

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